Opinión

Diablos y diablillos

El Diablillo de Segovia ha generado una pequeña polémica social y política, y algunos han hecho de eso una bandera acerca de lo que es o debe ser correcto y lo que no. A mí la escultura me parece fea, pero no se puede juzgar ni prohibir el arte por feo o bonito, ni porque moleste a algunos. Si fuera así en cada momento de la historia nos hubiéramos cargado casi todo el arte desde los bajorrelieves mayas hasta Caravaggio, los impresionistas o el cubismo. Los ofendidos no pueden marcar la cultura.

No hay muchas esculturas del diablo en el arte moderno, aunque el románico por ejemplo está lleno de ellas. Una de las más bonitas del mundo, creo yo, es "El Ángel Caído" de Ricardo Bellver, que está en el parque del Retiro de Madrid. Hace años escribí un pequeño libro que se titula "Las Ciudades Mágicas" en el que se describen diez ciudades fabulosas. Es un libro con un texto un tanto poético y la última de las ciudades del libro es Madrid (Magerit en su nombre musulmán) que se describe en el texto como un laberinto de puertas imposibles. Y en ese último cuento se hace una especie de homenaje a esa preciosa escultura del diablo. Aquí va un fragmento.

"Magerit, que fue inicialmente una simple atalaya militar, acabaría por convertirse con el tiempo en la única Villa y Corte del mundo, desde la que el Rey Felipe Víctor el IV, a los quince años de edad, habría de iluminar los siglos con sus colecciones de arte, y también con sus inacabables correrías nocturnas. El Rey Planeta. No es extraño que lo llamaran así: a su alrededor giraban en órbita las Corralas enteras de Madrid.

"Madrid, ciudad de patios y de puertas: Puerta de Alcalá, Puerta de Hierro, Puerta de San Vicente, Puerta de Toledo... El laberinto llegó a tener tantas que incluso hubo una que daba paso al infierno, antes de que vinieran los cristianos y la cerraran con sus siniestros ritos de incienso, amor y miedo. Mucho tiempo después, Ricardo Bellver levantaría en pleno parque del Retiro, en honor a aquella puerta perdida, un monumento al último habitante del inframundo que osó traspasarla: un ángel.

"Desde entonces los madrileños que son ciudadanos confiados, audaces y corteses, peregrinan los domingos buenos por la mañana hasta ese ángel hermoso y doliente, que es la imagen de nosotros. Y a su sombra explican a sus niños las vidas y los nombres de los pájaros, les muestran las flores de la Rosaleda y les enseñan a rezar oraciones negras.

"Y es que Madrid es una ciudad de ángeles como Berlín. Una ciudad hecha de sueños, de cadáveres y plumas. Magerit la semihumana, la vigilante, la almenara desde la que los hijos del cielo y los del infierno, hermanos al fin, observan a los vivos y se ríen de su destino, pues ellos sí son conscientes del porvenir.

"Pongamos que hablo de."

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