Opinión

Esperando a los bárbaros

Estábamos esperando a los bárbaros pero los bárbaros ya estaban aquí. La batalla campal entre los Riazor Blues y el Frente Atlético del pasado diciembre, con su trágico resultado final, solo era un preludio de lo que iba a venir. Como hemos visto el otro día en la Plaza de España de Roma, en Europa ya ni siquiera necesitamos yihadistas para destruir monumentos históricos. Basta con unos cuantos ultras de fútbol. Y de esos tenemos a montones.


A mí me gusta algo el fútbol pero si hemos de ser objetivos el fútbol es un asco, esférico como el balón. Y esférico significa que es un asco desde cualquier punto que lo mires. Por simpáticos que resulten Ronaldo o Messi. O por gloriosa que parezca esa escenografía heroica tal como nos la presentan en la tele. Ya saben a qué me refiero, retratando las jugadas a cámara lenta como en una película de Sam Peckinpah y poniéndole de fondo Carmina Burana o música de Wagner. Por cierto que también me gusta Peckinpah, aunque prefiero a John Ford que decía acertadamente aquello de "en el tiempo que tarda un actor de Sam (Peckinpah) en caer del caballo yo ya he enterrado a tres."


En fin, vuelvo al tema. El tema es que del fútbol dan asco demasiadas cosas. Desde los sueldos multimillonarios de los jugadores, hasta la corrupción de los presidentes de los clubs o los sucios tejemanejes para no pagar impuestos e incluso para amañar partidos.
Lo único que salva al fútbol son esos chicos que lo juegan en África o Asia en campos de barro con una pelota de trapo. Y si Ronaldo o Messi ganan millones de euros es gracias a esos chavales mal alimentados, descalzos y locos que sueñan con unas Nike. Deberían darles la mitad de la pasta a ellos.

          
A propósito de los sucesos de Roma volvemos a oír la cantinela de que son solo delincuentes y no tienen que ver con el deporte. No es cierto. Sí que tienen que ver con el deporte y sobre todo con el fútbol. Hoy las esvásticas y los puños levantados tienen mucho que ver con el fútbol. Es un deporte lleno de tipos así, para oprobio de aficionados y vergüenza de los niños que van ilusionados los domingos al estadio a ver a su equipo. No suceden esas cosas en el baloncesto, la natación, el atletismo o el tenis de mesa. Ni en ningún otro deporte, la verdad.
La semana pasada cité aquí una gran película de los Óscar de este año: "Timbuktú". El argumento cuenta como cambia de forma dramática la vida de los habitantes de Tombuctú (Mali) en 2012, cuando la ciudad es tomada por yihadistas que prohiben la música, bailar y jugar al fútbol entre otras cosas. Incluso requisan los balones. En una escena especialmente emocionante un grupo de chavales juegan un intenso y disputadísimo partido de fútbol en un campo de arena del desierto... sin balón.

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