Opinión

Hijos de la tribu

La diputada Anna Gabriel de la CUP ha declarado que ella "tendría hijos en común, para que los eduque la tribu". A mi como fui un poco hippie la frase, sobre todo la segunda parte de la frase, me parece genial. Que los eduque la tribu, sí señor, que yo no estoy para eso.
Anna Gabriel no se da cuenta de que a los hijos, los hijos de quién sea, los educa la tribu siempre. Tal vez como yo no soy yanomami y tampoco tengo hijos soy más consciente de eso que ella. 

Por supuesto a mi no se me ocurre darle un coscorrón a un niño desconocido, sus padres podrían denunciarme. Pero si estoy en la terraza de un bar y hay un niño borde dando la lata le llamo la atención siempre. Entiéndanme, no le riño, pero intento ganármelo con una broma, ganarme a sus padres y de paso enseñarle algo al crío, si es posible.

Teniendo yo diez años, en 1970, un día volvía a casa por la calle Santo Domingo de Ourense. Al mediodía. Era un día del Domund. Acababa de dejar a mi amigo y compañero de Domund, Alberto Conde, en la Plaza Mayor y volvía yo solo, con la hucha de chinito en la mano. Cada vez que me cruzaba con alguien aprovechaba para endosarle la hucha en el estómago con una sonrisa: "una limosna para el Domund, señor". 

A la altura de la iglesia de Santo Domingo un tipo mayor, gordo, con traje, chaleco, aspecto de empleado de banco y gafas oscuras (nunca lo he olvidado) me miró cuando lo asalté como quién mira a una hormiga. Y sin mediar palabra asestó un violento puñetaño en la hucha que se me cayó de las manos al suelo, rompiéndose en mil pedazos y esparciendo sus moneditas delante de la iglesia del santo benedictino. El tipo siguió caminando a lo suyo y yo, claro está, me eché a llorar, tenía diez años.

Algunos viandantes me consolaron, me ayudaron a recoger las monedas junto con los restos rotos de la hucha y uno incluso me acompañó hasta la puerta de mi casa en la calle Curros Enríquez. Allí, al pie de las escaleras, dejé de llorar. 

Aun hoy ignoro lo que le pasó a aquel tipo iracundo. Muchas veces, recordando el suceso he pensado que quizá el hombre, un perfecto bruto eso sí, habría tenido un mal día y lo pagué yo por casualidad. Ya saben: estar en el sitio equivocado, en el momento equivocado. Pero la experiencia me enseñó algunas cosas importantes. 

Una, a ser precavido con los demás, sobre todo con los desconocidos. Dos, que pase lo que pase siempre encuentras a gente que te ayuda, como la que me ayudó a mi entonces. Y tres, que tanto aquel tipo violento e inesperado así como los bondadosos que me auxiliaron después, formaban parte de "la tribu". 

En realidad, a todos los niños los educa la tribu.

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