Opinión

Judíos

Tema judío otra vez. Hablar mal de los judíos está mal. No es correcto. Una consecuencia del Holocausto y la historia reciente que han forjado los judíos de sí mismos. Una historia hecha con los libros, las películas y la realidad. Lo que nos han contado, lo que hemos visto y lo que nos hemos creído. Hablar mal de judíos es como hablar mal de represaliados.
Pero no es así. Ni mucho menos. Su sufrimiento, innegable, no puede convertirnos a todos en esclavos de su sufrimiento. Los nazis mataron a casi cinco millones de judíos, pero también a varios millones de personas más que no eran judíos.


Dicho de una forma tan simple, judíos, parece que me refiero a ultraortodoxos. Y no. La palabra ultra sobra. Son judíos ortodoxos o simplemente judíos. La religión es lo que tiene, que no entiende de precisiones. Y lo cierto es que los judíos de a pie, los digamos no ortodoxos, toleran a los ultraortodoxos estupendamente. Es un hecho. No solo los toleran sino que además les otorgan una posición de privilegio en sus sociedades, véase Israel.


El verano pasado en un vuelo Nueva York-Tel Aviv un grupo de judíos ortodoxos se negaron a sentarse en sus asientos del avión porque tenían que hacerlo junto a mujeres, así que hicieron el vuelo de pie. Desde luego hace falta ser imbéciles. Los imbéciles incluso llegaron a ofrecerle dinero a las mujeres para que se juntaran todas en un lado del avión y les dejaran el otro a la pandilla de melenudos de patillas rizadas para ellos. Supongo que para que aquel club masculino se pudiera acomodar allí con tranquilidad tan felices con sus sombreritos negros, para poder hablar muy seriamente acerca de la Torá y echarse unas risas bajo la barba. Qué sé yo. Ellas, muy inteligentemente se negaron y siguieron en sus sitios viendo la peli que se proyectaba en el avión, aunque fuera mucho mejor la peli del pasillo.


Hace años en Madrid tuve un jefe neoyorquino fabuloso, Terry, que me enseñó algo que los europeos no entendemos y siempre sale en las películas de Woody Allen: por qué a los neoyorquinos les intriga tanto si alguien es judío o no.
Una mañana en mi despacho me contó que la noche anterior en una cena, creo que en casa del difunto Giovanni de Borbón Dos Sicilias, le había tocado al lado una chica rubia muy guapa y simpática que se llamaba Alicia... no sé qué. Como yo me olía el asunto, Terry se movía a muy alto nivel, pregunté:
– ¿Alicia Koplowitz?
– Eso. ¿Cómo lo sabes? ¿Es judía?
– Ni idea, Terry. El apellido suena judío ahora que lo dices, pero nunca lo había pensado. Oye, ¿sabes con quién has estado cenando?
– No.
Terry era, aparte de una excelente persona, maravillosamente ingenuo para ciertas cosas.
– Con la mujer más rica de España, Terry. Y una de las más ricas de Europa.
– ¡No me digas!
– Te digo.
– ¿Y es judía?

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