Opinión

La cena de Nochebuena

Los policías destinados en Barcelona en los barcos Rapsodi y Azurra (¡qué buenos nombres!) han cenado la pasada Nochebuena espaguetis con un solitario mejillón, tres exiguas croquetas nada apetecibles y un filetillo de pescado rebozado con un aspecto que da ganas de llorar. Apuesto a que era Panga, y no Panga normal que es un pescado de ínfima calidad sino Panga de ínfima calidad, no sé si me explico. A mi el asunto me ha recordado la comida que nos daban a los niños en los campamentos de la OJE de mi infancia en Porto do Son (A Coruña). 

Por lo general de primero había una sopa vomitiva con los fideos o cuscús pasados, flotando a la deriva en un agua que parecía haber salido del cubo de la fregona de Carmen Maura en "¿Qué he hecho yo para merecer esto?" tras un duro día de trabajo. Los chavales inteligentemente solíamos deshacernos de aquel brebaje inmundo excavando con disimulo un hueco en el suelo con el talón y vertiéndolo todo allí aprovechando un momento de distracción de los instructores que paseaban vigilantes alrededor de las mesas, para acto seguido haciendo uso otra vez de los talones taparlo rápidamente con tierra y agujas de pino. Y por supuesto poner cara relamiéndonos de que nos lo habíamos comido todo ya, mientras dejábamos la cuchara en el plato vacío. Supongo que a los futuros pinos, carballos, ruscus aculeatus, árboles o plantas que fueran a crecer en aquel precioso paraje de Porto do Son junto a la Praia do Águila, e incluso a ciertos animalillos, insectos o bestezuelas les iría bien dicho guano producido por algún cocinero exfalangista sin ninguna idea de cocina, pero para nosotros aquello era puro veneno. De segundo solía haber un guiso, por llamarlo de alguna manera, incomestible, hecho con ingredientes de procedencia ignota y sabor gracias a Dios difícil de recordar. No recuerdo si había postre, pero si lo había no era necesario. Por supuesto que por la noche nos alimentábamos correctamente en la oscuridad y alevosía de la tienda de campaña a base de chorizo, queso, salchichón, leche condensada "La Lechera" en tubo, y todas aquellas cosas que constituían el ochenta por ciento del peso de la mochila que nos habíamos traído de casa. 

Los campamentos de la OJE eran un chollo para todo el mundo en aquellos precarios años sesenta del ya agónico franquismo. Nuestros padres se libraban de nosotros durante unas semanas y la OJE se libraba de todos los excedentes de alimentos caducados que había en sus almacenes.

Pero los policías del Rapsodi y el Azurra ese 24 de diciembre no tenían ninguna mochila que hubieran rellenado en casa sus papás. Ya no son niños y sus papás son ahora la Dirección General de Policía, el Ministerio del Interior y otras instituciones por el estilo que ni han pasado nunca por un maldito campamento de la OJE, ni tienen la menor idea de cómo hacer una mochila.

Te puede interesar