Opinión

Me falta algo

Hace tanto tiempo que no hablo, pienso, ni escribo nada sobre Puigdemont que empiezo a sentir como si me faltara algo. Como si tuviera una carencia por dentro. Algo, no sé lo qué, cuya ausencia, ese vacío innombrable, oscuro, inquietante, me impide ser una persona normal, un español entero. Uno corriente si es que se puede ser un español corriente, que no lo creo. Me siento incompleto, vivo sin vivir en mí.

 Por ejemplo, el otro día unos amigos me invitaron a cenar en un restaurante andaluz e ingenuamente pedí de primero unos rovellones, no había. De segundo escudella y calçots y tampoco, así que pregunté si tenían un suquet de pescado o un arroz negre, y nones. Nada de nada. Yo no soy mucho de postres pero ya ni siquiera pude mencionar unos carquiñoles o una sencillísima crema catalana, porque me echaron del restaurante con cajas destempladas, a base de patadas y atravesando la cristalera en plan peli del oeste, entre los encendidos aplausos del resto de los comensales que se sintieron mucho más cómodos al ver que yo desaparecía del mapa (esto tiene un doble sentido). Al final me tuve que ir a comer un whopper a un Burger.

 Me siento desplazado, asocial, "fuori di tempo" que diría un italiano. Y todo por haber perdido a Puigdemont en el horizonte de mis esperanzas, de mi espíritu y de mis sueños. Soy un "outsider". Me falta algo.

 El expresident, tal vez sin quererlo no lo sé, nos está haciendo mucho daño a algunos españoles desde Bruselas. A mí por lo menos. Yo querría bailar una sardana tranquilamente el domingo por la mañana en el Retiro de Madrid aunque bailo fatal. Cantar emocionado "Els Segadors" o entonar en voz alta un precioso texto de Ramón Llul (ya saben que Ramón Llul como no me canso de señalar no era catalán sino mallorquín y para colmo escribía en árabe, en latín, en español y solo de vez en cuando en catalán), pero es que no me dejan. Es una conspiración. ¡Ayúdame, san Puigdemont, estoy sitiado!

 Me siento vacío y abandonado por todos, como el Pollito Calimero en sus momentos más tristes. Es doloroso. Me ahogo. No creo que ustedes puedan entenderlo si no lo sufren en sus propias carnes, o en su propio cascarón ya que hablamos de Calimero. Estoy hueco, acabado, abandonado a mi suerte. Con mi pequeña media cáscara vacía e inútil para siempre (también es verdad que nunca sirvió de mucho salvo para protegerme un poco de la lluvia). Sin amigos. Sin nadie que me quiera. Solo. Como aquel bondadoso y un poco tonto James Stewart en la pesadilla que le hizo vivir en medio de la nieve una noche aciaga aquel ángel gordo, mofletudo e idiota en la película "¡Qué bello es vivir! de Frank Capra".

 Necesito a Puigdemont ya. No puedo seguir viviendo sin él. ¿Alguien sabe dónde está? Por favor, auxilio, ¡ayúdame Carlos Monedero! ¡Mayday, mayday!

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