Opinión

Nicolás y los ángeles

Hace poco escribí aquí un artículo sobre Kim Jong-un, uno de los dictadores más carismáticos de la historia. Pero... hay otros, como anunciaba misteriosamente Yoda en La Guerra de las Galaxias, con una seductora caída de ojos que para sí hubiera querido Ava Gardner. 

Uno genial es Nicolás, por ejemplo, un tipo con nombre de santo como San Nicolás. San Nicolás fue un obispo de Bari que, tras unos cuantos milagros sorprendentes como suelen serlo todos, un día acabaría convertido en Santa Claus, un señor con barba, vestido de rojo, que toca una campanilla por las calles en Estados Unidos y al que muchos llaman Papá Noel. Es lo malo de ser santo, que al final cada hijo de vecino acaba llamándote como le da la gana y tienes que aguantarte con el nombre.
San Nicolás, que resucitó a tres niños, tres marineros y tres jovencitas (consulten La Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine si no me creen), no parece haber inspirado mucho sin embargo al otro Nicolás al que me refería, don Nicolás Maduro. Y eso a pesar de que el encendido presidente de Venezuela tiene comunicación directa incluso con el Espíritu Santo, transmutado en Hugo Chávez con plumas.

Lo de hablar con el Espíritu Santo me da que no es verdad. Me resulta sospechoso. Claro que yo soy muy suspicaz. ¿Ustedes qué creen? A mi el asunto me suena como el de nuestro ministro del interior Ángel Fernández Díaz, que tiene ese ángel que le ayuda a aparcar el coche. Un ángel que no tiene Esperanza Aguirre, como bien pudo comprobar in situ la policía de tráfico madrileña en su momento. Por cierto que el ángel de Fernández Díaz se llama Marcelo, un nombre precioso para un ángel. Yo, si tuviera un ángel también le pondría Marcelo. Es bonito y suena bien: "Marcelo, siéntate", "Marcelo, quieto", "Marcelo, no molestes a ese señor", "Marcelo, toma una galleta", "Bueeen chico, Marcelo". ¡Guau!

Pero ya puestos y volviendo al tema diré que yo me puedo creer casi todo. Puedo creer que Kim Jong-un sea un dios, que Maduro hable con el Espíritu Santo y este le adelante los titulares de la prensa española del día siguiente, que Fernández Díaz tenga un ángel, que doña Esperanza Aguirre no, y que Donald Trump o Rajoy, qué más da, tengan la llave de la historia (lo que no entiendo es porqué no nos la dan de una maldita vez para que podamos hacer unas copias). 

Quizá por eso, porque no creo en nada estoy dispuesto a creer en casi todo. Los incrédulos somos así: impredecibles como una hoja arrastrada por el viento en otoño. Yo de pequeño tenía no un ángel, sino cuatro. ¡Cuatro! Uno en cada esquinita de la cama. Lo juro. Pero ahora las cosas han cambiado. Me despierto en medio de la noche o pongo el telediario, abro los periódicos o internet y solo veo demonios por todas partes. Será la edad.

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