Opinión

Obituarios

 

Escribir obituarios no es del gusto de nadie. Los periódicos incluso suelen tener a un periodista, por lo general algún becario, escribiendo obituarios de gente que todavía está viva, para tenerlos listos en el momento en que se produzca el fallecimiento. Puede parecer algo siniestro pero es lógico, la inmediatez de las noticias exige esas cosas. A mí no me gustaría escribir obituarios, pero a veces no queda más remedio.

Hace casi tres años publiqué un artículo aquí sobre mi padre. Por supuesto no era un obituario sino solo un pequeño cuento hecho de recuerdos. Aunque yo no decía en ningún momento que mi padre había fallecido unos días antes, los lectores se dieron cuenta enseguida. Lo supe porque muchos, incluso algunos poco conocidos no necesariamente amigos ni personas cercanas, me escribieron o me enviaron sus condolencias.

La semana pasada falleció en Ourense el padre de uno de mis mejores amigos. Un hombre que creo daría también, como mi padre, para varios cientos de cuentos mágicos. Un hombre por el que yo sentí siempre no solo cariño, sino también fascinación y admiración durante toda mi adolescencia. 

Durante un tiempo se dedicó con pasión a tocar la "melódica", ese instrumento de viento y teclado que casi parece de juguete; y lo tocaba de pie, sobre una sola pierna y con la otra doblada hasta la rodilla como Ian Anderson, el flautista líder de Jethro Tull, o quizás como una prodigiosa ave zancuda. En otra época coleccionó libros de chistes, así que siempre tenía alguno que contar. Su hijo y yo, escépticos adolescentes, pensábamos que un chiste escrito era la antítesis de un chiste, pero él sabía que no y también sabía que los mejores chistes son los clásicos. Nos leía en voz alta: "Buenas, ¿tiene zapatos de cocodrilo? / Sí señora, ¿qué número gasta su cocodrilo?" Nosotros nos reíamos, pero él se desternillaba.

Me cedió una buhardilla gigante que ocupé durante meses con mis caballetes, lápices y pinceles para dedicarme a la infructuosa tarea de ser pintor. También me encargó generosamente un mural para la pared de un estudio suyo. No sé si el mural seguirá existiendo, pero si es así creo que hoy me daría vergüenza ajena volver a verlo. 

Además era inventor. Siendo un jovencito, en los sesenta, diseñó y fabricó una moto de una sola rueda. Como él no podía abandonar su irreductible sentido del humor, la rueda era gigante y el piloto iba dentro de ella. La moto funcionaba, incluso llegó a hacer una demo en plena calle del Paseo, acontecimiento que fue cubierto por La Región con un completo reportaje fotográfico. Eso décadas antes de que existieran los patinetes eléctricos con giroscopios o las bicicletas con ruedas sin radios. Si el padre de mi amigo hubiera nacido en los Estados Unidos seguro que hubiera sido profesor en el Instituto de Tecnología de Massachusetts.

Como buen inventor era muy, muy despistado. Por eso yo estoy seguro de que se fue... por error.

Te puede interesar