Opinión

Ofender o no ofender, he ahí la cuestión

Lo de Charlie Hebdo ha suscitado una interesante polémica sobre los límites de la libertad de expresión, sobre si debe tenerlos o no. Tras la masacre pronto empezaron a aparecer opiniones que aún impactadas por los hechos, reflexionaban en otra dirección. Hasta un fundador de Charlie Hebdo en una entrevista acusó al difunto ex-director del semanario de conducir a las víctimas a la tragedia, con su compulsivo afán editorial de ofender a toda costa. Por cierto que la revista no solo ofendía a musulmanes sino también a otras religiones y colectivos muy diversos.

Me he tomado el trabajo de leer docenas de esos artículos y no sé qué pensar. No entiendo la mayor parte de ellos. Algunos abogan por una imaginaria autocensura, otros por una censura en toda regla y otros defienden que no debe haber ninguna clase de censura. Yo lo único que sé es que espacios de ironía salvaje como Charlie Hebdo en Francia, las revistas Mongolia o El Jueves en España, humoristas como Bill Maher en Estados Unidos o los Monty Python y Sacha Baron Cohen en Inglaterra son minoritarios, residuales. Nos gustan a pocos y no deberían de preocupar tanto a los ofendidos. Somos cuatro gatos.

El asunto de las caricaturas de Mahoma, salvando las distancias, me recuerda otros temas parecidos. Por ejemplo, en 1957 se abrió en Estados Unidos el famoso juicio contra el editor de "Aullido", el poema de Allen Ginsberg de la generación beat. Acusaban al editor de publicar material obsceno y el libro generó una enorme indignación en muchas capas de la sociedad americana. El juicio duró dos años y de alguna forma encarnó la lucha por el derecho de editores y prensa a publicar lo que fuera, aunque resultara ofensivo para gran parte de la opinión pública. El final feliz de aquello, como en una buena película de John Ford, fue que el juez Clayton Horn dictaminó que no había motivos para prohibir el poema. Y que hacerlo supondría un ataque a la libertad de prensa y edición. Literalmente les vino a decir a los denunciantes: si no les gusta el libro, no lo compren. Punto. Muy americano.

El asunto se complica bastante hoy con la irrupción de nuestros nuevos vecinos yihadistas y similares. Hasta el papa Francisco, supongo que en un intento de templar ánimos con las religiones musulmanas, hizo unos comentarios críticos hacia ese tipo de humor irreverente y loco, algo como mínimo inesperado en un argentino como él.

Lo irreverente como bien sabemos es lapidar mujeres o vestirlas con un saco, asesinar humoristas, impedir que estudien las niñas, quemar cristianos, ahorcar homosexuales y en general, matar infieles. Y la clave está en eso: en matar infieles. La Yihad tiene que matarnos a todos. Y somos más de seis mil millones de infieles así que la cosa les va a llevar un tiempo, preparémonos. 

Ni siquiera Hitler en sus sueños más absurdos hubiera podido imaginar algo así.

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