Opinión

Sonrisas y lágrimas

Tengo un amigo que se llama Luis. Luis Rodríguez. Es fotógrafo. En realidad es maestro de primaria así que él dice que no es fotógrafo, por lo menos profesional. No sé por qué insiste en eso. Luis es un viajero tremendo que ha recorrido todo el mundo. Especialmente aquellas partes del mundo que los engreídos del primer mundo llamamos tercer mundo. Fotografiándolo todo. Eso es lo que le gusta a él. Fotografiarlo todo.
Luis efectivamente no es un fotógrafo profesional al estilo de Javier Teniente por ejemplo, un fotógrafo fabuloso también gallego. O al estilo del brasileño Sebastião Salgado. O aun más allá, al estilo de Jimmy Nelson que retrata a gentes de pueblos en peligro de extinción y cuya obra es una maravilla irrepetible que les recomiendo vean inmediatamente. O al estilo de, qué sé yo, Gregory Colbert que fotografía la imposible y mágica relación entre humanos y animales salvajes por todo el planeta. La obra de Colbert es una especie de sueño loco hecho en blanco y negro o en sepia y que llega al corazón solo con mirarla.
No. Luis no es así. Por eso él no se acaba de creer lo de fotógrafo. Luis hace fotos aparentemente normales, como las de un turista. Pero no lo son. Son especiales. Fotografía paisajes, animales, comida, gente, lo que sea. La semana pasada me envió por correo una colección de fotos de su último viaje, uno a Filipinas.
Le contesté igualmente por correo diciéndole que eran una preciosidad, como casi siempre. Pero también que las mejores fotos como casi siempre en su caso (al menos para mçi), eran las de niños y niñas mirando a cámara, sonrientes, jugando en el agua, en la calle, semidesnudos. Maravillosos, ignorantes de su pobreza y al mismo tiempo increíblemente orgullosos de su ingenua felicidad. Una felicidad que nosotros, los adultos del primer mundo, hemos perdido hace tiempo. Los chavales de Luis miran a cámara como si sus ojos y sonrisas se las hubieran traido ángeles venidos del cielo solo para eso.
Yo, que fui fotógrafo de moda y tuve la suerte de fotografiar a menudo a los y las top models de los ochenta nunca tuve algo así, lo juro. Nunca. O quizás solo alguna vez brevemente. Puede. Y me refiero a una de esas miradas que cuando la veías al inclinarte sobre la Hasselblad y ajustabas el enfoque antes de apretar el disparador y hacer saltar los flashes Elinchrom te decía desde el visor como un poema loco que ni siquiera podías entender del todo: "fíjate bien chico, sueña por una vez, nunca volverás a tener nada como esto". Quizás dejé de hacer fotos por eso. Yo no era un fotógrafo tan bueno.
Por supuesto que la película "Sonrisas y lágrimas", cursi e insufrible y que da un título sin sentido a este artículo, no tiene nada que ver con lo que acabo de contar. O tal vez sí. ¿Quién sabe? Pregúntenle a Luis.

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