Opinión

Utopías

Como en internet no todo tiene que ser siempre estúpido o una pérdida de tiempo, el otro día a través del Facebook encontré esto que ni siquiera sé de quién es. Dice así: "Papá, ¿que es la utopía? / La utopía, hijo, es como el horizonte: si caminas diez pasos, se aleja diez pasos; si caminas dos, se aleja dos. / Y entonces papá, ¿para qué sirve? / Para avanzar."

Me pareció bonito porque el término utopía, acuñado por Tomás Moro en su obra del mismo título, significa, se cree, lugar que no está en ningún lugar. La idílica isla Utopía creada por el escritor y teólogo inglés sería un estado perfecto, justo, próspero, con un gobierno noble, leyes lógicas y bondadosas y ciudadanos felices. 

A Tomás Moro no le resultó así. Utopía fue solo un libro que escribió, una ficción. En la vida real fue condenado a una cadena perpetua que no llegó a cumplir (nadie cumple la cadena perpetua) pues acabó antes decapitado por orden de Enrique VIII. Todo por culpa de un estúpido lío de faldas del rey, por contarlo a vuelapluma y sin entrar en detalles.

Yo echo de menos que nuestros políticos no hablen de utopías. Lo hicieron algunos políticos españoles durante la transición; y Kennedy con todas mis reservas hacia él que son muchas, también lo hacía; o Abraham Lincoln, Marthin Luther King, hasta Proudhon o Rosa Luxemburgo por salirnos del tema y mucha otra gente más. Y los primeros discursos de Obama, preciosos, que parecían sacados de algunos capítulos de "El Tiempo y el Río" de Thomas Wolfe también contenían esos sueños, unos al menos esperanzadamente utópicos. 

Pero últimamente ya no hay nada de eso. Nadie nos cuenta un sueño y la vida política parece solo un chiste descarnado de "El Roto". Uno sin futuro. Uno hecho de tarjetas black, mentiras, robos, falsedades, traiciones y "la pasta me la llevo a Suiza". Así es la política de hoy. No es extraño que a tantos votantes solo nos produzca asco.

En las pasadas elecciones un día me encontré en la calle del Paseo de Ourense con alguien muy querido a quien no veía desde hacía tiempo. No diré su nombre por si él no quiere. Nos tomamos un café en La Coruñesa, charlando. Era sábado y yo volvía a Vigo al día siguiente por la tarde, para votar antes de que cerraran los colegios electorales. Hablamos de eso y me dijo que él no votaba nunca. No me extrañó ya que yo he sido abstencionista muchas veces y considero la abstención tan valiosa como cualquier voto, aunque los políticos no quieran tenerla en cuenta porque no les conviene. Pero lo que me hizo gracia fue una frase suya. Aquel día era la jornada de reflexión, una tontería colectiva que todos aceptamos como por costumbre y no tiene ningún sentido. Y la frase, bastante irónica, fue esta: "Llevo treinta años reflexionando y aun no he llegado a una conclusión".

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