Opinión

Voy a decirle a Dios todo

La frase, que fue famosa en internet hace un mes o así, es de un niño de tres años víctima de los bombardeos de la guerra en Siria. Según parece la dijo solo unos minutos antes de morir: "Voy a decirle a Dios todo". Le faltó añadir "para que se entere de lo que está pasando aquí, que parece que no se da cuenta de nada, ¿es que no lo ve?".

La guerra de Siria se ha cobrado ya casi doscientos mil muertos, y de ellos más de ocho mil eran niños. ¿Cómo es posible? ¿No éramos tan posmodernos ya? Sinceramente, creo que Europa no sirve para nada. Porque si solo sirve para pagar en la misma moneda el mismo maldito paquete de tabaco en Madrid o en Amsterdam, entonces ¿qué?

Hace años, al principio de la guerra del Golfo tuve algunas discusiones con amigos porque yo parecía estar a favor. A favor de entrar. No soy tonto, era muy consciente de que el motivo principal de la intervención americana, la de George Bush padre, solo tenía un objetivo: el control del petróleo. Pero yo mantenía la postura a favor de la intervención porque ¡demonios, en ese país las mujeres van metidas en un saco! Hay que cambiar eso, pensaba.

Entonces la mayoría de mis amigos y amigas, intelectuales de izquierdas casi todos, me miraban como si yo fuera un camisa negra de Mussolini. Tenían algo de razón, la verdad. La intervención solo sirvió para empeorar aún más las cosas.

No sé lo que hay que hacer, supongo que nadie lo sabe. Pero no podemos seguir creyendo en los derechos civiles y seguir consintiendo un mundo así a nuestro alrededor. Europeos, americanos, occidentales más o menos civilizados tenemos una obligación moral hoy con el resto del planeta. Como la tuvimos en el XVI los españoles cuando alentados por el papa Borgia Alejandro VI, aquel tipo de Valencia que se lo hacía hasta con caballos, nos empeñamos en convertir a los de América a la fe, para que pudieran entrar en el cielo. Esta idea suena difícil de aceptar hoy, pero basta con leer un poquito de historia para acabar entendiéndola bien.

Nuestros encorbatados políticos se pasan el tiempo disimulando, haciendo el avión, inaugurando carriles-bici, comiendo en Bruselas, en inútiles refundaciones de partido y echándose piropos unos a otros como "¡cuánto te quiero Mariano, cuánto te quiero Alfredo, no me digas más, estamos enamorados!". Y al mismo tiempo en la puerta trasera de nuestra casa, ahí al lado, el mundo está en guerra. Una guerra hostil y sin fin. Una guerra llena de muertos. De niños muertos. Sí, es verdad que siempre fue así, pero hoy somos más conscientes que nunca de eso. Y eso debería servirnos para algo, creo. Yo también querría decirle a Dios todo. Todo, todito. Pero no puedo hacerlo porque no creo en Dios. El niño sí. El niño cree, así que... tal vez él lo consiga.

Te puede interesar