Sueños de Olimpia

Pete Maravich, el basket como cárcel y refugio

'Pistol' Pete y Press Maravich, hijo y padre, una relación de amor-odio por el baloncesto.
photo_camera 'Pistol' Pete y Press Maravich, hijo y padre, una relación de amor-odio por el baloncesto.

Se cumplen 50 años de la llegada a la liga estadounidense de baloncesto NBA de un jugador revolucionario y diferente, Pete Maravich.

Pete Press Maravich (1947-1988) fue un genio precoz del baloncesto, un niño pegado a una pelota de cuero, un obsesivo descubridor de nuevas posibilidades en un deporte entonces muy ortodoxo.

Pero esta pasión, pronto frenesí por el juego, ocultó durante años, décadas, prácticamente toda su carrera, las frustraciones y necesidades de un niño. Un niño sensible, tímido, deseoso de cumplir los sueños de su padre, pero incapaz de poder ser un niño.

Press Maravich se propuso hacer de Pete una estrella. Mediante una compleja relación de amor-odio desde los tres años, moldeó un fabuloso jugador. Dotado de un dominio del bote, del pase y del tiro -inicialmente sacado desde la cadera, de ahí el apodo de 'Pistol'- nunca visto antes siquiera entre profesionales. Un talento desbordante que marcó una media de 44 puntos por partido en las ligas universitarias.

Como sucede con los gimnastas chinos, tal perfección ante el público escondía un nivel de exigencia sobrehumano. Horas y horas de entrenamiento en solitario, mientras el resto de su generación exploraba el mundo, la amistad, la sexualidad... El mejor amigo de Pistol era el balón. Su novia era la pelota. El baloncesto se convirtió a la vez en refugio y cárcel. A partir de los 14 años encontró una amante, la bebida.

El alcohol para tapar su inseguridad fuera de la cancha. Para acallar las críticas sobre su individualismo, irreverente estilo o falta de títulos.

Una monumental resaca le impidió ganar la única final que disputó. Desarrolló su carrera profesional siempre entre botellas.

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Dulce muerte, en una cancha de baloncesto

Pete Maravich está considerado uno de los 50 mejores jugadores de la NBA, ídolo de toda una generación, pero nunca alcanzó en los profesionales el nivel de amateur.

Aterrizó en Atlanta con un contrato de dos millones de dólares, coche nuevo y el dorsal 44. Los veteranos negros consideraron una ofensa tal sueldo para un "blanquito niño rico" -realmente era de origen muy humilde- y le hicieron el vacío en la pista.

Le costó mucho ganarse el respeto de la Liga. Sufrió una mononucleosis que le mermó en 15 kilos, una parálisis facial temporal y una lesión de rodilla que lo dejó maltrecho, en gran parte porque tampoco entendió de descansos y forzó las recuperaciones.

En 1973 encajó un durísimo golpe. Su madre, también depresiva y alcohólica se suicidó con un tiro en la cabeza. Era el tercer pilar de su endeble edificio. 

Su padre, el segundo pilar falleció de cáncer y entre sus brazos en 1987. 

El baloncesto, columna principal de su existencia, mostró fisuras desde la lesión de rodilla. Decidió retirarse en 1980, justo un año antes de que Boston lograse el título que tanto ansiaba desde niño.

Esta burla del destino le ofuscó. Vendió todos sus trofeos y objetos relacionados con el baloncesto. Se aisló más del mundo. Deambuló entre el misticismo, la astrología, el contacto con los extraterrestres -les escribió mensajes en su tejado- hasta topar con la iglesia evangélica. Se casó y rehabilitó, tuvo dos hijos y fue predicador.

"No quiero jugar hasta los 40 y morir de un infarto". Ni él mismo sabía que padecía una malformación congénita que, un 5 de enero de 1988 paró su corazón durante un partido de baloncesto entre amigos. Sus últimas palabras fueron "Me siento genial".

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