Gran desacuerdo mundial sobre el uso de las mascarillas

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La falta de stock más que las dudas sobre su efectividad fue la causa de que no se aconsejase su uso universal

Más que en los distintos niveles de confinamiento que se han registrado en el mundo, desde los más estrictos, en Wuhan y su provincia, España e Italia a los menos, en Suecia o en Japón, que ha declarado todavía el pasado martes, 7 de abril el estado de emergencia en siete regiones, incluida la de Tokio y por imperativo legal no puede obligar a sus ciudadanos a confinarse en sus domicilios, el mayor desacuerdo se ha producido en el uso de las mascarillas.

Entre las numerosas publicaciones difundidas desde el comienzo de la pandemia, hay prácticamente el mismo número de ellas que defienden su uso que las que dicen lo contrario. Pero mientras las que defienden su uso lo hacen sobre la base de un principio profiláctico que está mucho más extendido en países del Lejano Oriente que en Occidente y que se resume en el principio de que una mascarilla es una barrera física que minimiza de forma más o menos efectiva el contagio en función de las características de la misma, la mayor parte de las publicaciones que desaconsejan su uso universal lo hacen sobre la base de la escasez de existencias. Recomendado lo contrario, es decir que no se usen, salvo en aquellas situaciones estrictamente necesarias, como es el ámbito sanitario y de los profesionales que se enfrentan más de cerca a personas potencialmente infectadas. 

En las primeras fases de la pandemia prácticamente la totalidad de la producción mundial, que se estima en unos 40 millones de unidades diarias, fue copado por China, que hizo acopio de más de dos mil millones de mascarillas y desde la mayoría de las publicaciones más acreditadas desaconsejaron su uso universal, más por evitar el pánico ante la falta de existencias que por refutar su valor como barrera de contagio.

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