Alexandre Sotelino, el arte de enseñar

Enseñar a enseñar. Es el desafío al que se enfrenta, y con mucho éxito, Alexandre Sotelino desde la Facultad de Ciencias de la Educación de la USC

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Foto: Martiño Pinal

Lleva una década investigando nuevos métodos de formación pedagógica, en el ámbito de la educación cívica, una pedagogía de aprendizaje-servicio, con propuestas en las que la acción cooperativa se imponga sobre la competitiva. Y lo hace con un entusiasmo que es capaz de transmitir a sus alumnos. No es casualidad, por ello, que Alexandre Sotelino (Ourense, 1986) haya recibido este año el premio Educa al mejor docente universitario de España.

¿Qué le llevó a dedicarse al mundo de la pedagogía? ¿Fue vocacional?

Fue algo que surgió a lo largo de mi camino vital. Llevo toda la vida vinculado a asociaciones del ámbito juvenil y vecinal, donde empecé con actividades relacionadas con la música tradicional. Ya desde muy niño. Reconozco que mis gustos iban más encaminados al diseño y la arquitectura, que era lo que veía en casa. Pero en segundo de bachillerato cambié y fue cuando decidí estudiar Pedagogía, en gran parte por ese recorrido que llevaba dentro del ámbito del asociacionismo cultural, porque había mucho de pedagogía en ese activismo cultural. La verdad es que no creo que haya nadie que de niño quiera ser pedagogo o pedagoga, entre otras cosas, porque es una carrera muy desconocida. Y en mi caso surgió dentro de ese contexto.

Es usted de la generación que empezó su actividad profesional en el corazón de la crisis del 2008. ¿La sufrió?

Sí, he visto cómo amigos y amigas, compañeros de instituto y de la carrera que se han tenido que ir a trabajar fuera e incluso a día de hoy no han regresado del extranjero. Y en el ámbito de la investigación, que fue por donde yo tiré, aunque tuve suerte de lograr una beca estatal, no tuve los beneficios de estadías en otros países o de conocer otras universidades que hubo tiempos antes, porque se cortaron esas líneas de ayuda.

A día de hoy, ¿es una carrera con salidas profesionales o tiene mucho paro?

Se va saliendo. Lo digo, a la vista de cómo se desenvuelven mis alumnos, que terminan siempre encontrando un hueco. Algunos en el ámbito público, en ayuntamientos y otras administraciones, en departamentos de orientación de centros docentes. Hay muchos que trabajan con entidades del tercer sector, como ONG, asociaciones… También en gabinetes de orientación psicopedagógica, en inserción laboral, recursos humanos en empresas. El abanico de posibilidades es muy amplio.

Antes comentaba usted que se decantó por la investigación. ¿Cuáles son sus principales líneas?

Empecé en el grupo Esculca, de la Universidad de Santiago, que trabaja en cuestiones vinculadas a la pedagogía cultural, temas de inclusión, antropología cultural, patrimonio cultural… Luego me fui especializando en metodologías experienciales, es decir en cómo aprender de una manera práctica y mejor y fue hacia donde me decanté e hice mi tesis doctoral, que fue sobre la metodología aprendizaje-servicio.

¿En qué consiste?

Procura que los contenidos que se trabajan en las aulas tengan una vinculación más clara con el entorno social. Poner en marcha actividades vinculadas con la comunidad y aprender a partir de ese servicio. En la universidad tienen una importancia muy grande este tipo de metodologías y lo cierto es que están en auge. La educación superior está en un proceso de cambio y se trata de conectarla más con la sociedad.

He visto, también, que en sus métodos propugna una educación más cooperativa, frente a la competitiva que dominaba, por ejemplo, en mi generación. ¿Forma parte de ese cambio en la educación?

De eso se trata. Estamos formando a los profesionales del mañana. Pero no de un mañana en sentido metafórico, sino de un mañana inmediato. Y lo que demanda a día de hoy la sociedad, los empleadores, son profesionales que sepan colaborar, que sepan integrarse en una organización de todo tipo, que sepan cooperar con sus compañeros, y para eso tenemos que dar una respuesta inmediata desde la universidad.

Otro de los aspectos que se toma muy en serio es la educación cívica. ¿Qué importancia tiene?

Mucha, porque enseña a participar. Y participar no solo es votar. Participar es reivindicar, saber cuáles son los derechos y los deberes de ser un ciudadano… participar en el grupo social y ver qué puedo aportar como miembro de un grupo social. Es enseñar a ser parte activa del grupo en el que le tocó vivir frente a una postura pasiva que solo recibe y demanda. De alguna manera es enseñar a ser factor de cambio.

¿Se notan ya cambios hacia una sociedad más cívica?

Los cambios educativos no son inmediatos. Para que se produzca un cambio conductual siempre se habla de que hay que dejar pasar dos generaciones. Hasta que pasan dos generaciones no veremos los efectos en determinadas conductas, por ejemplo, en cuestiones de género. Pero sí es cierto que si comparamos la generación actual con la de hace dos, notaremos que ya habido cambios importantes y avances. Los cambios educativos y sociales son siempre a medio plazo. Creo que vamos en el buen camino y se nota ya en las generaciones que entran ahora en la universidad porque se implican más, por ejemplo en el ámbito del voluntariado y en proyectos de servicio y eso son indicadores de que sí que tienen interés de formarse más allá del propio curriculum.

En una sociedad como la gallega, tan envejecida, especialmente en el rural, ¿sigue siendo importante la pedagogía?

Por supuesto. No hay que considerar la pedagogía como una disciplina orientada a la infancia o a la juventud, sino a todas las edades del hombre. El hombre no deja de aprender hasta el día que se muere. Y quienes trabajamos con la educación como arma de conocimiento tenemos que dar respuesta a la demanda que se produce, por ejemplo, en una población en la que hay que prestar más atención a las personas mayores y a las personas que viven en entornos rurales como sucede en Galicia. Y eso se hace con proyectos dedicados específicamente a esas personas. Es un desafío que tenemos encima de la mesa. El papel del pedagogo está en todos los procesos en los que se produce el aprendizaje y eso no se restringe solo a niños y adolescentes, o a la etapa educativa. También en otros procesos, como la formación de personas adultas o en el ámbito laboral, donde haya que reformular la formación de empleados para la adaptación a nuevos procesos.

El premio, ¿supone más que un galardón, que un reconocimiento personal?

Sí, porque ayuda a dar visibilidad al tipo de trabajo que estamos realizando, tanto desde mi grupo de investigación, de la facultad, del grado de pedagogía. Es un escaparate que sirve para contar todo lo que estamos haciendo.

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