Arturo Andrade, el oficio del artista incansable

ESCULTOR, LUTHIER Y PINTOR

Sentía pasión por la música pero se decidió por la escultura. Ya de mayor empezó a estudiar violín y se hizo luthier con talleres en Elgoibar y Allariz

El escultor, luthier y pintor Arturo Andrade. (Foto: Marcos Atrio)
El escultor, luthier y pintor Arturo Andrade. (Foto: Marcos Atrio)

Su vida se desarrolla a caballo entre Allariz y Elgoibar. Escultor, Arturo Andrade (Allariz, 1956) dejó su profesión de ajustador en una empresa del metal en el País Vasco cuando sintió la llamada del arte. Primero fue la escultura, luego llegó la pintura y el grabado y desde hace veinte años, el oficio de luthier. Por si fuera poco, la realización de tan diferentes tareas, las desarrolla alternativamente en sus talleres de Elgoibar, Guipúzcoa, y en Outeiro de Orraca, Allariz, donde se encuentra estos días.

¿Cuántos días está aquí y allá?

Suelo pasar mes y medio en cada sitio.

Nació aquí, en Outeiro de Orraca. ¿Se siente gallego y vasco?

Sí. Mis padres ya estaban viviendo en el País Vasco. Habían emigrado allá. Y mi madre quiso venir a casa de sus padres a dar a luz. Yo me fui de aquí con seis meses. Allí hice mi vida, pero nunca llegué a sentirme vasco. Soy elgoibarrés, como muchos de los que viven en Elgoibar, que proceden de la emigración. Pero no llegué a coger ni las costumbres ni el idioma. Mi mujer que es vasca sí que habla euskera, pero yo me siento incapaz. Allí viví hasta que hice la mili. Luego me volví para Allariz, estuve quince años aquí y me volví para Elgoibar cuando conocí a mi mujer. Y ahora voy y vengo.

Es usted un hombre del metal, por oficio.

Sí. Hice formación profesional y mi oficio es el de ajustador. Había especialidades de tornero, fresador… y yo escogí la de ajustador.

¿Era difícil encontrar trabajo, entonces?

Al contrario, prácticamente te venían a buscar a las escuelas, cuando estabas aprendiendo.

¿Y cómo dio el paso de la comodidad de un trabajo estable a convertirse en escultor?

En el servicio militar, empecé a matar el tiempo libre haciendo utensilios de madera. Cucharas, etcétera. Ya había decidido que quería ser escultor. Empecé a comprar libros de arte, de talla de madera, quería ver cómo tenía que hacer. Yo pensaba que con el oficio de ajustador, no me debería resultar difícil dar el salto. Y me vine para aquí. Mi tío acababa de montar un negocio de calefacción en Allariz y empecé a trabajar con él, como técnico calefactor. Estuve un año. Los fines de semana subía a Outeiro de Orraca y empezaba a practicar la escultura con madera. Me regalaban las vigas viejas, de castaño, roble y con ellas hice mis primeros trabajos. La primera exposición que hice en mi vida, en 1981 fue, precisamente, con esculturas hechas de vigas centenarias. Fue en el Liceo Recreo, en Ourense.

¿Qué materiales trabajó después de la madera?

En los ochenta seguí con madera y barro. El barro me permitía hacer piezas más pequeñas, más asequibles y gracias a ellas, podía ganarme la vida. Luego ya me metí en el bronce. Fui a París en 1985, estuve unos cuantos meses, visitaba exposiciones, iba al Centro Pompidou con frecuencia y trabajaba unas figuras de madera que vendía para ir tirando y cuando regresé ya lo hice con la idea de la fundición. De hecho, ya iba para allá leyendo sobre el tema. También me ayudaron algunos escultores, allá en el País Vasco y aquí, por ejemplo, Xosé Cid, me enseñó algunas cosas. Y luego vino la piedra. La piedra caliza, la nuestra, que es más granítica nunca me atrajo mucho. Me gusta la caliza negra, que es como el mármol. Luego empecé a trabajar resinas y otros materiales.

¿Tuvo usted fundición propia?

Tuve dos fundiciones: una en Elgoibar y otra aquí. Yo lo hacía todo. La escultura del buey de Allariz la hice en la fundición que tenía aquí en casa, en Outeiro de Orraca. A medida que me fui haciendo mayor fui dejándolo porque los gases no eran muy saludables y hay que cuidarse.

¿Siempre fue autodidacta en todo? ¿También en su actividad como luthier?

Arturo Andrade, en Allariz con un violín. (Foto: Marcos Atrio)
Arturo Andrade, en Allariz con un violín. (Foto: Marcos Atrio)

Sí. En todo. Antes que luthier, quise aprender a tocar el violín. A mí me gustaba mucho la música. Me compré un violín en Santiago, cuando tuve allí una exposición en los ochenta. Fui autodidacta en todo, pero con el violín fui incapaz. Don Albino, que era salesiano y enseñara música aquí a muchos chavales, me dijeron que tocaba el violín y allá fui. Me dio unas clases, pero después lo dejó y aquí quedó el violín. Luego en el País Vasco tuve una profesora. Y hablando con ella, me decía que era muy difícil hacer un violín. Y, fíjate, eso a mí no me parecía tan difícil y se lo dije. Entonces ella me pasó unas fotocopias de unos libros en los que se explicaba cómo hacer un violín, que tenía su marido, que también era profesor de violín. Y así empecé. Al final, era hacer piezas y luego ajustar. Y yo como ajustador no lo encontraba tan difícil.

Supongo que porque usted tenía oído. ¿Cuándo empezó con los violines?

En 2005 comencé. Y sí, es cierto, la madera hay que afinarla, también, no solo las cuerdas. La clave es un trabajo bien hecho, bien ajustado y contar con buenos materiales, sobre todo, con buenas maderas. En 2006-2007 comenzó la crisis en el mundo del arte y luego ya con la crisis de 2008 la cosa fue a peor. Entonces me centré más en los instrumentos y empecé a ganarme la vida como luthier.

¿Qué tipo de instrumentos trabaja?

Violines, violas, violonchelos, luego ya me metí con guitarras, ukeleles y y otros instrumentos de cuerda. Por una parte, arranqué con instrumentos de fabricación china y rumana que yo revistaba y ajustaba, dándoles una calidad con la que no venían de fábrica y permitía disponer de violines que estaban muy bien para aprender, a un precio razonable. Violines para niños, de menor tamaño que luego les recogía, a medida que iban creciendo y adquiriendo otro mayor. Son instrumentos que encuentras a partir de cien euros a mil o incluso más. Y luego ya estaban los violines, violas, violonchelos, etcétera, que hago de manera artesanal, desde la compra de la madera hasta el acabado final.

¿No le parece complicado tener dos talleres a seiscientos kilómetros uno del otro?

Ya me estoy centrando más aquí. Ante sí, tenía todo duplicado. Ahora cuando estoy en Elgoibar hago bocetos, preparo cosas, algo de obra pequeña en barro, pero lo fuerte lo trabajo aquí.

Siempre tiró para aquí. Incluso con su familia allá. ¿No le importa estar solo?

Me gusta la soledad y me encuentro bien así, cuando vengo. Es cierto que habría preferido que mi mujer también estuviese aquí. Pero por razones laborales ella no puede. Estoy trabajando en una escultura en piedra que terminaré en octubre. Aunque tengo que decir que también me siento muy a gusto cuando estoy en Elgoibar.

¿Piensa en retirarse?

Al terminar el día acabo tan cansado después de trabajar en la escultura que me acuesto a las diez y en un rato ya estoy dormido. Pero ni se ocurre retirarme.

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