Ourense no tempo | Adenda al trabajo de Ben Cho Shey

Todo un personaje, muy querido en la ciudad, y a pesar de que muchos ignorantes intentaban ofenderle, él no conocía el desánimo ni el rencor. A mucha honra llevaba el diminutivo de Toñito, lo que no he conseguido averiguar era de dónde venía lo de Patata, pero por lo que sé, a él no le molestaba.
photo_camera Todo un personaje, muy querido en la ciudad, y a pesar de que muchos ignorantes intentaban ofenderle, él no conocía el desánimo ni el rencor. A mucha honra llevaba el diminutivo de Toñito, lo que no he conseguido averiguar era de dónde venía lo de Patata, pero por lo que sé, a él no le molestaba.

Nos recordaba hace unos días Maribel Outeiriño que en los años setenta Ben Cho Shey se distrajo recopilando los apodos o alias que le “apeteció” y en el año 71 vieron estos la luz en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares: “Mil y pico de apodos orensanos”.

El mismo Fernández Oxea, consciente de que en muchas ocasiones esas formas de apelativo servían intencionadamente como insulto y como tal podrían ofender al interpelado y a sus familiares, nos dice que se limitará a dar cada apodo “sin más datos, ni aclaraciones, en evitación de serios disgustos”. Cierto es que no pudo contenerse y en muchos casos (por fortuna) no dejó huérfano el apelativo y nos aclaró el porqué del mote. Por ejemplo. “O Anguila”, por delgado alto y estrecho; “O Barrabás”, por travieso, etc.

Deja sin embargo abierta la puerta a que se publiquen sus fichas íntegras, si alguien lo desea. Con vuestro permiso, considero que no procede. Primeramente porque su argumento sigue vigente, y más de uno de los apodados o más bien sus descendientes pueden sentirse incómodos, a lo mejor no tanto por el mote en sí, sino por la inexactitud de los datos que en muchos casos lo acompañan.

De todas maneras, y sin meterme en profundidades en la inmensa mayoría de casos, yo me limitaría a dar el apodo sin más. Así se consigue que no desaparezca de la historia local, y nadie puede sentirse ofendido, obviando el nombre real, a no ser que los interpelados lo aceptaran (creo no equivocarme al decir que los Xesta han asumido como propio el apodo que ya les viene de su padre; también supongo que Constantino Tatino no dudaría en aparecer con ese apelativo que lo recuerda como un profesional de la zapatería en la ciudad, que pasó por todos los grandes: Delgado, Vicente Luis: “Vitan”, “Tanvi”... Layton, hasta que por fin abrió su propio “Tatino”).

El caso de este personaje es diferente: seguramente la familia prefirió que solamente se le conociera por el apodo. Se trata del tristemente célebre Marracú.
El caso de este personaje es diferente: seguramente la familia prefirió que solamente se le conociera por el apodo. Se trata del tristemente célebre Marracú.

Por otra parte, cuando el apodado lo sea por algún defecto físico o psíquico, o simplemente porque en el reparto de fortuna se quedó al margen, lo suyo es citarlo ya no solo de manera anónima, sino con escrupuloso respeto y a poder ser resaltando alguna de sus virtudes. Como ejemplo, el añorado Toñito Patata fue un personaje de los más queridos en la ciudad. Varios son los casos conocidos en los que rescató de las aguas del río a jóvenes y no tan jóvenes a punto de ahogarse; también su faceta de cantante le dio cierta fama y lo que nadie olvida eran sus actuaciones como presentador de los “aguerridos” saltadores de la cepa del Puente Viejo. Tanto se metía en el papel y hacía que el público le siguiera que con frecuencia hasta que el saltador no salía a la superficie más de uno había arrancado a llorar. ¡Todo un showman! Y eso es lo que supongo gustaría al personaje que recordáramos de él.

Pero dejemos el tema, no seré yo quien se vea capacitado para corregir a tan importante ourensano; lo que sí me gustaría es aportar algún dato a esa lista. Y lo haré como pienso que debería escribirse la tal lista.

Ya os anticipo que todas las citadas son personas que merecen todo el respeto, pero además creo necesario aportar un dato que al menos a los más jóvenes les resulte desconocido: eso de salir de noche todo el que quisiera es una moda relativamente reciente, yo me atrevería a situarla a finales de los cincuenta. Evidentemente no fue algo que ocurriera de repente, sino que fue un cambio progresivo en cuanto a las modas, formas y lugares. Recuerdo que a mis 19 (año 81), nadie salía en Nochebuena, era un día para estar toda la noche en familia; a partir del 84-85 se convirtió en otra noche más de la Navidad ourensana. Como os decía, lo de popularizarse la salida de chicos y chicas no ocurrió hasta los 50 aproximadamente, pero ¿qué ocurría anteriormente?

Muchos aún tendréis la fortuna de poder preguntarles a vuestros padres, y supongo que coincidirán conmigo. Los matrimonios tenían la opción de salir a cenar, y como mucho podían “echar un baile” en el propio restaurante, antes de retirarse. En días especiales eran las sociedades y el Ayuntamiento quienes se ocupaban de ofrecer el baile. Pero el problema era qué hacer las noches “normales”, las que no había ni Corpus o San Roque, ni Candelas, ni Carnavales ni Fin de Año, etc.

No me pidáis que profundice, el caso es que esa situación era la causa de que algunas zonas tuvieran un ambiente inusitado. La zona de Villar-Baño-Trinidad era una, y la otra que competía era la de San Francisco-Luna-Pizarro.

Las chicas que allí estaban, por lo que he podido recopilar, no cumplían ningún modelo y cada una tenía su historia. No me atrevería a decir que estuvieran a gusto, porque en muchos casos consta que había explotación y mucha miseria, pero también sé que en muchos casos gozaban de un cierto respeto. Ya me desvié de nuevo del objetivo; hoy me voy a limitar a daros motes de algunas de estas muchachas, y algún detalle...

La Chocolate.

La Costilleta, una preciosidad siempre muy bien peinada y enlacada con final triste, era una de las chicas de la Charo.

La Elia, madame de las más famosas.

La Huesitos, apodo que cogió de quien era su amante, el Huesitos, un jugador de cartas profesional. Otros jugadores profesionales eran el Peixe Pillo y el Curras.

La Marlene, chica muy guapa que lo dejó por matrimonio. Su marido consiguió que la admitieran ya mayor en un colegio de prestigio.

La Minina, que junto con Marlene fue una de las pupilas de la Socorro en su local de la calle Pizarro, en donde más de uno fue a que le enseñaran a bailar para no hacer el ridículo el día de su boda.

La Modelo, por su belleza y caché, tenía su propio piso.

La Noalla, propietaria de un local en Pelayo. De ella dependían un buen número de chicas que la respetaban.

La Nonó, la cita Blanco Amor ubicada como madame en la plaza de La Trinidad. Cuentan que también era persona apreciada en el mundillo.

La Riza.

La Zaza, fue de las más longevas y por ello en los últimos tiempos su tarifa era la que podían pagar los más jóvenes y por tanto inexpertos, eso hizo que acuñara su célebre frase: “¡Ay Dios mío! Como andará a miña con... nas mans destes rapaces”.

Hubo otras que no tuvieron nombre de guerra, y usaban el suyo propio, como Asunción y Luisa; incluso alguna madame no gustaba del mote, María Luisa y Amelia, fueron las más famosas.

Se suma esta lista a la que ya se podría elaborar con los datos de Ben Cho Shey, en la que figuran la Charolera, Chichona (creo haberla oído nombrar en mis años mozos como la propietaria de un local que estaba en el callejón de Cervantes, y unos ignorantes de 12 años visitaban de camino al colegio algunos mediodías porque nos daban cacahuetes, ¡ay cuando se enteraron en casa!), la Cojones, la Coxa, la Cuchipanda, O Macho de Varas, la María dos Pescados, la Matildona, la Pelona (mientras vivió fue la encargada de que no faltara una vela encendida para la Virgen del Carmen en As Burgas y según cuenta Ben Cho Shey sus compañeras quisieron y consiguieron que fuera enterrada en el cementerio católico con el hábito del Carmen, pero por la noche la cambiaron al cementerio civil, de ser cierto…), la Puta Peideira, la Rosa de Monforte, la Teresona, la Viuva Verde (probable dueña del local conocido cono Rana Verde, en la calle San Francisco; a su lado, el Gato Negro), la Zorrita...

Los que no eran precisamente buena gente eran los chulos, la mayoría ladrones y sinvergüenzas, pero eso mejor otro día...

Para completar este trabajo se podrían añadir los datos que en su día me facilitó mi amiga Menchu y que su abuelo Elesban había recopilado en el tiempo; o los que la lectura de obras como la de Pepe Adrio nos podría facilitar. Yo hoy he utilizado los datos impagables que mi amigo Adolfo Rego atesora de primera mano y con frecuencia me regala. A él dedico este artículo a modo de anticipo de su 100 cumpleaños… Felicidades y gracias, Adolfo Rego Pérez.

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