“Me encanta vivir como si no tuviera nada, rodeado de posibilidades”. Adolfo Domínguez sentencia desde los altos de Trives en los que creció rodeado de naturaleza, disfrutando de los domingos en el pozo do Caneiro, en el Bibei, con su hermana, que era su heroína. El verano era el paraíso. Lo sigue siendo. El diseñador habla de paisaje, de belleza y de raíces en el documental que preparan sobre él y cuyo adelanto se exhibió ayer en el Teatro Principal, antes de que el ourensano recogiese el Premio Ourensanía 2023, que le otorga la Diputación. El creador hiló un relato sobre la ciudad de las flores que podría ser Ourense si las cosas cambiasen. Animó a llenar los patios de flores. Jardines colgantes. Medianeras. Macetas de geranios. Olor a mimosa en enero y a camelias cuando llueva. Cuidar plantitas en los balcones, como hacían los niños de su familia cada noche, por turnos y por la tradición que les marcó la abuela. Sus ideas para Ourense absorbieron al Teatro Principal, entregado a esta historia de raíces, precisamente el cometido con el que nació la Ourensanía.
“Me gusta el paisaje y la bruma que nos rodea, donde hay más bichos que gente. La Catedral de Ourense me gusta más que la de Santiago, el resultado es tan hermoso. El Liceo, un palacio renacentista del siglo XVI. No se ven muchos. Y el Casco Histórico”, relató el diseñador. El derroche de ourensanía fue mucho más allá. “No quiero vivir en Madrid ni en la costa, y me resigno a que Ourense sea más intensa de lo que yo quisiera”, defiende Adolfo Domínguez. Crítico con que “todo el mundo quiere vivir encima del Parque San Lázaro”, una idea que produce una ciudad “atropellada e irregular como pocas”. Para Adolfo Domínguez, que echó a volar su proyecto empresarial por el mundo sin dejar de pisar la tierra que lo vio nacer, todo tiene solución en las flores. “La naturaleza lo arregla todo, ¿por qué no hacemos de Ourense una ciudad de flores y le dejamos las luces de neón a Vigo?”.
La propuesta la dirigió a las autoridades, también a la ciudadanía. “Podemos crear un relato, un cuento para Ourense. Hay que persuadir a los vecinos, convocar concursos como hacen los ingleses. Edificios-jardín como en la pobladísima Asia. Fachadas en las que puedan enroscarse las plantas. No hay que inventar nada”.
Se acordó del Jardín Botánico de Ourense, en Montealegre. “Es una joyita que usamos poco. Que sea el embrión de una escuela de jardinería y paisajismo. Las flores son una ciencia, hay que organizar la educación”.
Cuenta Adolfo Domínguez que cuando sale de su refugio y baja a la ciudad, aparca en el mirador de San Francisco. Hasta llegar al bar de su amigo maquina todo este relato de la ciudad de las flores, la solución que encuentra para enriquecer Ourense. “Haríamos un Ourense hospitalario y turístico, nuestra ciudad puede ser una riqueza que tenemos al alcance de la mano”.
El elogio a las plantas cobra todo el sentido. Le recuerdan a la infancia, donde empezó a forjar una personalidad que, años más tarde, traspasó fronteras bajo el lema “La arruga es bella”, que colocó a Adolfo Domínguez y a Ourense en el mapa internacional de la moda. Y de la sostenibilidad. Lo viejo sirve todavía si es bueno y se cuida, vino a sentenciar.
“Agradezco el honor que hacen a mi familia, a mis padres, comerciantes e industriales, y a mi abuela, que cultivaba lino no Soutiño do Rei y, quizás, sea la abuela de ‘la arruga es bella’. Los tres me enseñaron el oficio”.
Una performance con alusiones a la tierra, al Entroido, a los trajes regionales y a la innovación aderezó este relato. También habló su amigo, Moncho Conde Corbal: “Adolfo es una persona entrañable, que hasta en los silencios transmite afecto. Como amigo, es de lo mejor que he encontrado”.
