Día de la Mujer

María Elisa Álvarez: La heroína del metílico

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Se cumplen diez años de la muerte de María Elisa Álvarez, la farmacéutica asturiana que descubrió desde su botica de Lanzarote el origen de la trama ourensana del metílico, el mayor caso de envenamiento de la historia de España.

Si hay una mujer que merece el reconocimiento de la sociedad por haber salvado miles de vidas esa es María Elisa Álvarez Obaya. Aquella joven farmacéutica asturiana —de quien se cumplen estos días diez años de su fallecimiento—, fue capaz, desde su modesta farmacia en Lanzarote, de descubrir el mortífero fraude de las bebidas elaboradas con alcohol metílico: el mayor caso de envenenamiento ocurrido en España

Todo había comenzado en Ourense, en 1963. La cuna de esta trama de dinero, veneno y muerte nació en una bodega del barrio de A Ponte, y Elisa Álvarez, quien evitó con sus investigaciones que el mortal licor se distribuyese por todo el mundo, acababa de hacerse cargo por esas fechas de la farmacia de una pequeña localidad lanzaroteña, llamada Haría, donde había decidido iniciar su vida profesional tras cursar la carrera de Farmacia en Santiago de Compostela.

Elisa no conocía entonces a Fernando Seoane –fiscal de caso Metílico y verdadero artífice del proceso judicial que sentó en el banquillo, y luego condenó, a las once personas implicadas en estos hechos-. Tampoco imaginaba que ninguna mente pudiese maquinar un negocio criminal de tal calibre. Entre otras cosas porque nunca antes se había dado en España un envenenamiento masivo con productos de consumo humano, y porque siendo farmacéutica, conocía perfectamente los daños irreversibles que ocasionaba la ingestión de metanol.

Unos meses antes de la tragedia, en 1962, Elisa Álvarez había llegado a Haría, un pueblo situado al norte de la isla y cuya comarca, formada por las poblaciones de Máguez, Mala, Ye, Tabayesco, Guinate, Arrieta y Órzola, contaba con unos cinco mil habitantes. Allí se hizo cargo de la farmacia tras la muerte de la anterior titular, y cuando el trabajo se lo permitía dedicaba su tiempo al estudio de los alcoholes, realizando diversos experimentos en el modesto laboratorio de la botica.

En la primavera de 1963 saltó la alarma en el pueblo. Varias personas murieron repentinamente y otras se quedaron ciegas. Elisa sospechó de un posible envenenamiento. Se basó en el hecho de que todas las víctimas padecieron los mismos síntomas: primero ceguera, luego fuertes dolores abdominales, y finalmente coma y muerte. No importaba que fueran jóvenes, ancianos, hombres o mujeres. María Zerpa, por ejemplo, la sepulturera, fue una de las primeras. Su muerte impactó mucho a Elisa, quien conocía el excelente estado de salud de la enterradora.

Por eso le pidió a un amigo suyo, Hermenegildo, que fuese a la tienda del pueblo a comprar conservas y licores –que servían a granel-, ante la sospecha de que las muertes pudieran estar relacionadas con un envenenamiento. Elisa sabía que la primera voz de alarma de un veneno es su ataque al nervio óptico, y cuando vio que el análisis de las muestras de aguardiente daba un inequívoco color violeta, no tuvo dudas de que estaba ante un producto altamente venenoso: alcohol metílico, una sustancia que se empleaba en barnices, pinturas y combustible de aviones, pero nunca para elaborar licores para consumo humano.

Inmediatamente, dio aviso a las autoridades y se ordenó decomisar todas las bebidas alcohólicas en la isla, aunque ya en esos momentos se informaba de “extrañas muertes” en Lanzarote y La Gomera, y también en Ourense, donde el número de fallecidos no paraba de crecer.


Muertes en Canarias y Galicia


En aquellos primeros meses de 1963 algo inexplicable estaba provocando fallecimientos en Canarias y en el rural gallego, pero nadie era capaz de aventurar su patogenia. En un primer momento se pensó en aneurismas cerebrales o en una epidemia de meningitis. Marineros de Arrecife de Lanzarote fallecían en pocas horas, al igual que decenas de campesinos de la comarca de Carballiño, pero ni el más avezado de los investigadores había pensado en hermanar ambos episodios. 

Enseguida, las sospechas de un masivo envenenamiento comienzan a cobrar cuerpo en toda España. A la muerte de la enterradora María Zerpa se suman otros dos vecinos de Haría, que se quedan ciegos, y uno más, que fallece pocas horas después. Con ellos, varias provincias españolas -entre las que destaca Ourense- comienzan a sembrarse de víctimas y el veneno se extiende por Galicia, Cataluña, Madrid, País Vasco, Andalucía y el Sáhara Español, inicialmente.

Uno de los hombres que sufrió ceguera fue Ignacio Brito Quintero. En su relato al juez afirmó: —Ese día debí de tomar unas seis copas, tres por la mañana y tres por la tarde. Pero no empecé a encontrarme mal hasta llegar a casa. De pronto me faltó la vista y mi familia me dio chocolate para comer, pero lo vomité. Luego quise encender una vela y ya no pude porque no veía nada. Entonces me asusté de verdad —declaró.

Él y su compañero Emiliano fueron las únicas víctimas canarias -de las que se tiene constancia oficial-, que vivieron para contarlo. Tras un periplo por las consultas de los mejores médicos, ambos lograron recuperar ligeramente la visión y pudieron vivir el resto de su vida con esa grave discapacidad provocada por el daño irreversible en el nervio óptico.

Ya no había, pues, lugar para la casualidad. Eso fue lo que pensó Elisa Álvarez, quien siguió recogiendo muestras de aguardiente en la tienda del pueblo y en el bodegón de Francisco Pérez Pacheco, del que eran clientes algunas de las víctimas.

Las presiones que debió de soportar son fáciles de adivinar. Intentar arrojar luz sobre varias muertes ocurridas en un pueblo, donde el pánico se había instalado como inquilino, no resultaba sencillo. Comerciantes, almacenistas, mayoristas y transportistas no entendían la rotundidad de su diagnóstico y le recriminaban a Elisa lo abocados que se veían a la ruina económica si ella continuaba creando alarma social con el envenenamiento. Pero la joven farmacéutica no cedió. Y con la seguridad que da la verdad, nunca se sintió demasiado presionada.

Tras sus investigaciones, concluyó: "El aguardiente que vende Pérez Pacheco contiene alcohol metílico". Así lo hace constar en un informe que elabora el 21 de marzo de 1963, el cual remite al ayuntamiento para que lo traslade al juzgado de Arrecife. En ese instante, Elisa desconoce la magnitud de su descubrimiento y las consecuencias que va a tener. Tampoco sabe que su denuncia llevará hasta Vigo (lugar donde fue embarcado el aguardiente que llegó a Canarias); luego hasta Ourense (donde se almacenaba la materia prima); después, a Madrid (donde se adquiría el alcohol metílico), y finalmente a Asturias, su tierra, donde fue adquirido el primer cargamento de alcohol isopropílico, a partir del cual el bodeguero Rogelio Aguiar comenzó a montar en Ourense un castillo de naipes que acabó derrumbándose por el peso de los cadáveres.

Elisa Álvarez Obaya analiza las muestras de aguardiente y decide suspender la venta de este producto en Haría. Ese mismo día, el juez de Arrecife, Ramiro Baliña, ordena la apertura de un sumario por un delito contra la salud pública y toma declaración a los familiares de las víctimas y a los expendedores y mayoristas de bebidas. También decreta la exhumación de los cadáveres para practicarles la autopsia.

Decisiva en el proceso

 Elisa había dado el primer paso. Evitaba así que la tragedia se magnificase en la isla. Y una y otra vez repite los análisis por el método Deniger y posteriormente por destilación, pero siempre obtiene el mismo resultado: metílico. 

Su esfuerzo será considerado con el tiempo como trascendental para frenar la cadena de envenenamientos. Ella, modesta y sencilla, como la definen las crónicas de la época, restaba importancia a su hallazgo y decía "que era parte de su trabajo". En una entrevista publicada en el Diario Montañes en abril de 1963 cuenta cómo llegó a la convicción de que la población estaba consumiendo bebidas envenenadas:

—En Haría se hablaba de muertes y cegueras, y en una tertulia se comentó un caso ocurrido en 1914. Ese año aparecieron en la costa de Lanzarote algunos barriles de ron procedentes de Cuba, tal vez de algún buque hundido durante la Primera Guerra Mundial. Varias personas que bebieron de aquel ron, fallecieron y otras quedaron ciegas. Entonces ya no esperé más y comencé a indagar.

Pese a su cautela ante la opinión pública, la farmacéutica descubre enseguida que el metanol es el causante de la debacle. Y por recomendación de la Jefatura Provincial de Sanidad, precinta todo el aguardiente (llamado ron en Canarias) que está a la venta en Haría. Uno de los primeros garrafones que analiza procede de la empresa "Lago e Hijos", de Vigo. Su contenido da también positivo al metílico. De esta manera, el extraño agente venenoso empieza a tener nombres y apellidos, o al menos, se vislumbra una vía para encauzar la investigación. 

Investigación

La Guardia Civil averigua que entre mayo de 1962 y febrero de 1963 Casa Lago e Hijos despachó a los clientes que tenía en Lanzarote un total de 12.660 litros de aguardiente de caña; sin embargo, solamente la última partida, llegada a finales de enero en el vapor "Segre", era la que contenía metanol.

El juez de Arrecife prohíbe la venta del aguardiente que suministraba esta empresa gallega —una vez conocida la existencia de metílico en las garrafas de la marca "El Teide"—, al tiempo que la farmacéutica descubre, además, que algunos envases llegaron al puerto sin etiquetas, llevando en su lugar un lacre rojo que indicaba que transportaba "bicarbonato sódico". Esto hizo sospechar al juez que determinados cargamentos pretendían introducirse de incógnito en Lanzarote. 

A partir de ahí, comenzaron cuatro años de investigaciones que culminaron en un juicio en diciembre de 1967. Elisa Álvarez Obaya fue reconocida con galardones de ámbito local, regional y nacional por su trabajo y abnegación, mientras la sentencia del Metílico condenaba a los bodegueros y certificaba oficialmente 51 muertos y 9 ciegos, una cifra ridícula —como sostenía el fiscal Seoane—, teniendo en cuenta que se elaboraron bebidas envenenadas utilizando 75.000 litros de metanol.

Pero es bueno que todo esto se sepa. Que la opinión pública siga recordando que una vez, en los años sesenta del siglo pasado, una mujer fue protagonista de una de las mayores hazañas solidarias de España en el siglo XX. Hoy, en estos tiempos de virus en los que el pánico asola, es importante que sigamos el ejemplo de María Elisa Álvarez Obaya. Personas como ella, que hacen de la verdad su razón de vida, nos dignifican.

Por eso debemos seguir recordando la historia del Metílico; para que nunca más regrese. En homenaje a Elisa, que logró que este suceso fuese menos tragedia. Seguro que si Beethoven hubiese sido contemporáneo suyo le habría dedicado una obra. Tal vez lo hizo… Hay personas que no están ni en el pasado ni el futuro porque siempre las tenemos presentes. Para agradecerles. Para recordarlas. Para Elisa. 

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