CRÓNICA

Un poco de normalidad

Portal Ferreiro y María, en la Alameda; y Raquel Iglesias, Rubén Gallego, Asier, Breogán, junto al Posío. (JOSÉ PAZ).
photo_camera Portal Ferreiro y María, en la Alameda; y Raquel Iglesias, Rubén Gallego, Asier, Breogán, junto al Posío. (JOSÉ PAZ).
Tras 44 días confinados en sus casas los niños por fin pisaron el asfalto y sintieron el frescor de la mañana en su rostro. Para algunos la sensación era novedosa, de extrañamiento, para otros una explosión de alegría en toda regla.

Dentro del “experimento” del Covid-19, por fin algo de normalidad. Los niños han sido estos días una realidad invisible. Pálidos, sin la vitamina D necesaria como el respirar, al fin algo de luz.

Día primaveral, de nubes grises y bajas, y aspecto pesaroso. La última vez que vieron la calle era invierno, ahora es casi mayo. María de dos años llega encaramada en los brazos de su madre y una muñeca que no suelta. Lo primero que hace al pisar el suelo de la Alameda es sumergir su tenis blanco en un charco. Lo hace con curiosidad, en busca de certezas, como diciendo, estas cosas existen. 

Después de tanta espera, hasta Lucita, la oca del Posío gasta otro semblante, ella siempre tan sociable percibe la novedad. A la puerta, Sofía y Ana, de 5 y 3 años semejan descubrir el mundo. "Ay, qué grandes”, alzando el dedo índice hacia lo alto del semáforo. Hasta ellos esta mañana son novedad. “Es que todo esto resulta emocionante”, comenta la madre que como persona de riego en estos días no ha tocado la calle ni para ir al súper. Las tres van envueltas en unas mascarillas de tela que les ha hecho la abuela, en breve la saludarán desde la calle. 

Lo curioso -hoy- al hablar con la gente es preguntar la calle donde viven, por sondear el trayecto a modo de policía de balcón. 

Las calles están puestas, los semáforos pitan y el tráfico es escaso. Las familias mantienen las distancias, o lo intentan, pisan el suelo como quien tantea un terreno minado. Los niños portan los juguetes, para ganar confianza. 

Barbaña

Con los parques cerrados, el entorno del Barbaña es una fiesta. Los paseos están llenos de niños en patinete o bici; los más fogosos se atreven con el balón, peloteando contra el padre. “Na casa xogábamos cun globo ou cunha pelota de goma que non fixera destrozos”, comenta Xoán Lorenzo que juega con su hijo Nol, por suerte el césped esta bajo y la pelota corre bien. Al lado Carlos Bericat, ilustre del fútbol ourensano, comprueba la evolución de los suyos, el pequeño Mario no le pega nada mal. Uno no se imagina estos chicos más futboleros cómo habrán dejado las paredes de casa.

El confinamiento ha desarrollado también la imaginación con iniciativas como la solidaria de RunManiak. En el salón de su casa en Pura Y Dora Vázquez, Felipe Iglesias y su hijo Sergio hacen bicicleta estática, van camino de los 400 km. Tienen desplegada una pancarta con la propuesta desde la ventana. 

Benito Concejero, ourensano de Badajoz, un camionero jubilado no lleva hijos de paseo, los suyos están ya crecidos. En la Alameda está de charleta, junto a Pepe, el quiosquero. En sus 40 años de profesional sumaba 120.000 km por año. Cuando nacieron sus hijos -dice- él andaba por Europa repartiendo coches entre concesionarios, la mayoría de PSA, En una ocasión, en Bélgica estuvo hasta 24 días parado, no confinado como ahora, a la espera de unas piezas que no llegaban. Dice que muchas noches aún se despierta pensando que sigue en el camión. Pues, a ver. 

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