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Carolina Besada Garrido (18 años), Eva Pérez Seara (24), Celtia Uxía Cabido Prada (21) y Ana Álvarez Carballo (45) se subieron al Alvia 04155, a las 20.00 horas del 24 de julio de 2013, en la estación Empalme. Las cuatro murieron a las 20,41 horas en el descarrilamiento en la curva de Angrois (Santiago de Compostela) cuando el maquinista no frenó a tiempo para rebajar los 190 kilómetros por hora a los que iba en un tramo limitado a 80 y con agujeros en la seguridad, en la que el fallo humano se convertía en una ratonera.
Todas ellas son las víctimas mortales con ADN ourensano, a las que hay que sumar media docena de heridos, que aún hoy, nueve años después, sufren importantes secuelas físicas y psíquicas. Olalla Méndez Pereiro, Marcial Cendón Vázquez, Jaqueline Rodríguez Taboada, Susana Frade Docampo, Victoria González Millara, Valentín Verdejo o la hija de nueve años de Álvarez Carballo formaban parte del pasaje que inició el recorrido a las 20.05 horas y concluyó en un hospital. Pero los damnificados oficiales por el peor accidente ferroviario de la democracia en España son muchos más, porque las víctimas tenían padres, hermanos y un marido e hijas (en el caso de Ana). El sumario reconoce 16 con vínculos con la provincia, pero “son miles los perjudicados porque las familias tienen una red muy grande”, asegura Marian Prado Rodríguez, la progenitora de Celtia.
Sus voces, a través de seis abogados de la ciudad, el ministerio fiscal o las dos asociaciones de víctimas, se harán oír en el macrojuicio que comenzará mañana y se extenderá hasta junio del año que viene, con dos partes diferenciadas, la penal y civil. En la sala expresamente acondicionada en la Cidade da Cultura, se reivindicarán los nombres de todos los viajeros del Alvia accidentado a solo tres kilómetros de Santiago, los que están y los que no: 81 muertos y 145 heridos. Las indemnizaciones reclamadas ascienden a 57,6 millones. Pero, según apunta Marian, “es un dinero manchado de sangre”.
En este proceso penal, sin precedentes en Galicia -hay 446 perjudicados, 550 testigos y 110 abogados personados-, se sentarán en el banquillo el maquinista del tren, Francisco Garzón Amo, y el exresponsable de seguridad de Adif en la Circulación, Andrés Cortabitarte López, por 80 delitos de homicidio imprudente, 145 de lesiones y uno de daños (por los desperfectos en la infraestructura ferroviaria). Se enfrentan a cuatro años de cárcel e inhabilitación para ejercer su profesión (Garzón Amo ya está prejubilado a sus 61 años).
Las familias de las víctimas y los heridos de Ourense consultados coinciden en que el juicio llega tarde. Muy tarde. “¿Puede haber justicia después de nueve años?; pues no”, asegura Prado Rodríguez. Aun así confía en que consiga “una reparación moral y poner las cosas en su sitio para poder cerrar este dolor, aunque un trozo de mi corazón ya está muerto”. A Marian, 3.358 días después, le parece sorprendente “no ver a Celtia”. “Enterrar a un hijo va contra la naturaleza (…). Es el dolor más grande”, añade. Al menos, confía en que el proceso penal sirva para remover conciencias, “que la gente sepa qué pasó y que algo así no vuelva a suceder”.
Para Susana Frade (27 años), a quien el accidente truncó su carrera profesional como tenista y un contrato en Alemania, el juicio “no servirá para reparar el daño”, pero al menos “me permitirá pasar página y no depender más de juzgados y papeles”. No así de las consultas de los médicos -lleva una neuroestimulador en el hombro-.
Los perjudicados se consideran víctimas por partida doble. Creen que en el banquillo no están todos los que deberían, en relación a la responsabilidad de Adif por la falta de seguridad en la vía, de Renfe, por un tren al que apodan “Frankenstein”, y por los políticos que pasaron por el Ministerio de Fomento, y a los que leyeron la cartilla en Bruselas (la Agencia Ferroviaria Europea invalidó la investigación de la Comisión de Investigación de Accidentes Ferroviario). “Este accidente ocurrió porque esa línea no era segura”, asegura el empresario Marcial Cendón Vázquez (a punto de cumplir 61 años) y gravemente herido en el siniestro de Angrois. Estuvo 10 días en la UCI más muerto que vivo y su pareja, Jaqueline Rodríguez Taboada, también resultó lesionada. Y se explica: “Un trazado con esa curva no es normal para la alta velocidad, se adelantó la inauguración -diciembre de 2011- porque había elecciones generales, no había medidas de seguridad y el tren era un despropósito, hecho a retales”. Marian pone el foco en el sistema de seguridad RTMS: “Se desconectó por ahorrar cinco minutos y no había una alternativa que evitase de forma automática el exceso de velocidad”.
Cendón considera al maquinista “el último eslabón” y, al igual que los otros dos entrevistados, ya le ha perdonado. “Sé que hizo mal su trabajo -desatendió la conducción del convoy al coger una llamada de teléfono del interventor-, pero he logrado perdonarle”, asegura la madre de Celtia. Eso sí, no así al directivo de Adif, imputado en una segunda fase de la instrucción: “A Cortabitarte lo desprecio; es prepotente, tiene sensibilidad cero y está siempre sobrevolando el bien y el mal”.
Susana hasta ironiza: “¿Dos únicas personas responsables de la mayor tragedia ferroviaria? Menudo poder tienen”.
Los ourensanos son críticos con los dos grandes partidos, PSOE y PP, y se sintieron más respaldados por el BNG o la diputada de En Marea Alexandra Fernández. “Ana Miranda ha estado ahí para cuidarnos y ha luchado mucho por nosotros”, asegura Marian.
Las heridas de Angrois continúan abiertas nueve años después y los damnificados luchan por no descarrilar. “Mi hija pequeña, la hermana de Celtia, no duerme bien, mi marido está enfadado con el mundo, pero nos consuela saber que mi hija era muy querida y lo sabía”, asegura Marian Prado.
Esta madre, que aún hoy va a terapia por ansiedad postraumática, entresaca que el accidente les enseñó a no racanear palabras de amor a los que quieres. Cendón se siente un niño con nueve años -“volví a nacer el día del accidente”- mientras que Susana aprendió a “vivir sin rencor, a decir más lo que sientes y ser más agradecida (por favor, escribe que agradezco a mi traumatólogo, Juan Blanco, y a Luz Casanova, de la Unidad del Dolor, la calidad de vida que me dieron)”.
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