Trastorno del espectro autista: La “pesadilla” de una terapia equivocada

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Cuando nos referimos a las características conductuales del diagnóstico del trastorno del espectro autista (TEA), debemos diferenciar aquellos comportamientos que forman parte intrínseca del trastorno, en referencia a los comportamientos estereotipados y/o restrictivos, de aquellas otras conductas que cursan con acciones desajustadas en relación con las exigencias del contexto.

En efecto, en muy diferentes situaciones, tanto a nivel escolar, como familiar y social, los niños, niñas y jóvenes con TEA pueden manifestar dificultades severas de conducta que generan una distorsión en el desarrollo del contexto socio- escolar. Usualmente, frente a estos comportamientos se aplican programas basados en los modelos de modificación de conducta A-B, con variaciones de “tiempo fuera” en positivo o en negativo, ignorar la conducta negativa y/o se programas de conductas alternativas a los comportamientos desadaptados, con la finalidad de reducir o eliminar las conductas distorsionantes.

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Estos programas generales de modificación de conducta con el uso de pautas reforzantes pueden mejorar algunos comportamientos de leve intensidad, pero en situaciones más graves, las mejoras conductuales, cuando las hay, son apenas imperceptibles y la necesidad persiste y se cronifica en el tiempo. Además, pues, la existencia única del reforzamiento, tanto que sea positivo, como negativo, termina saturándose y pierde su efecto correctivo inmediato.

Acuerdo científico sobre el TEA

En la actualidad, existe un amplio acuerdo científico sobre la vinculación de un subgrupo genético etiológico que influye en este tipo de alteraciones conductuales, explicadas por un desequilibrio en la subunidad del receptor GABA (A) del cromosoma 15q11-13, en relación tanto a los genes GABRB3 y GABRA5, que genera un endofenotipo o subgrupo altamente específico en el TEA, el cual actúa cerebralmente a través del hipocampo, incidiendo en los procesos de neurotransmisión GABAérgicos, que modulan, tanto los respectivos procesos corticales de excitación- inhibición comportamental, cuya alteración o desequilibrio constituye una disfunción en la neurotransmisión neuronal de la información entrante- saliente, que es la base fundamental para favorecer el ajuste o desajuste de una determinada conducta sobre las exigencias de los contextos de la vida real.

En este sentido, el neurotransmisor GABA es un elemento esencial para regular toda esta actividad conductual, mediante el mecanismo de inhibición de la sobreexcitación neuronal, de forma que una desregulación localizada puede provocar la eclosión de conductas altamente desajustadas. Pero, para poder entender el funcionamiento del neurotransmisor GABA, debemos tener en cuenta su estrecha asociación con otro neurotransmisor: el L-glutamato, el cual es complementario y, a la vez, opuesto al GABA, ya que el L- glutamato puede equilibrar los efectos del GABA.

En síntesis, se configura la hipótesis explicativa de las disfunciones conductuales en los TEA, a partir del desequilibrio derivado de un incremento del glutamato y la reducción del GABA durante la interacción de las redes neuronales, así como este desequilibrio es el que dificulta todavía más las conexiones sinápticas relacionales entre la información nueva percibida y su relación con los contenidos previos, lo cual hace que las personas con TEA vean muy limitadas las capacidades para establecer relaciones significativas y comprensivas entre su propia reacción conductual, el contexto en el que interactúan y los correspondientes consecuentes derivados de la actuación.

Pues bien, si se ignora este proceso clínico, que incide directamente en el establecimiento de relaciones entre las propias acciones y sus consecuencias en el medio, aunque se planifiquen intervenciones lineales basadas exclusivamente en técnicas específicas generalizadas de modificación de conducta, no obtendrán los objetivos esperados, sencillamente, sobre todo, porque las estrategias propuestas pueden no comprenderse por las personas a las cuales van destinadas. 

En este sentido, para fomentar una intervención eficaz, ésta deberá basarse en diseñar contextos favorecedores del equilibrio necesario en los contenidos del neurotransmisor de base GABA, lo cual es posible mediante el fortalecimiento de la creación de relaciones significativas o nodos neuronales comprensivos entre los contextos, las conductas y sus consecuentes, que tan difícilmente se producen de forma espontánea en las personas con TEA. Pero, además, estas interrelaciones han de producirse sobre la base de los contextos funcionales, con el fin de facilitar la máxima generalización posible en el marco de las acciones comportamentales de la vida cotidiana. 

Intervención psico-educativa del TEA

Pues bien, independientemente de las medidas clínico- farmacológicas que pudieran ser necesarias y/o el uso de una alimentación compuesta de probióticos que pueden ayudar a equilibrar la relación glutamato- GABA, se proponen, a continuación, los pasos esenciales para una intervención psico-educativa específica, la cual gira en torno a la modificación del contexto que provoca la conducta negativa, con el objetivo fundamental de facilitar la elaboración de relaciones comprensivas entre dicha conducta, sus consecuencias y el contexto en sí mismo:

  1. Evaluación de necesidades.
  2. Aprendizajes previos: crear un contexto figurativo funcional, evaluar las conductas elicitadas, observar el consecuente relacionado con la conducta, elaborar la comprensión de la relación significativa de la relación contexto- conducta- consecuente (mediante fotografías, pictogramas, signos o la verbalización correspondiente) y analizar el refuerzo específico correspondiente.
  3. Crear nuevos contextos similares figurativos lo más funcionales posibles con leves cambios: repetir el proceso indicado en el punto 2.1- 2.5.
  4. Participar directamente en un contexto de la vida cotidiana relacionado: evaluar la conducta emitida, observar y valorar el consecuente, elaborar el proceso comprensivo de la relación contexto- conducta- consecuente (mediante fotografía, pictograma, signos o la verbalización correspondiente) y analizar el reforzamiento específico correspondiente.

Así, ante una conducta negativa severa, debe recurrirse de inmediato a un contexto previamente aprendido basado en el aprendizaje de una conducta positiva y sus consecuentes, desarrollando una acción sucesiva de acuerdo con una estructura similar a la Figura 2. Repetir el proceso cuantas veces sea necesario, fomentando la comprensión relacional de la acción relacionada.

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Ahora bien, este tipo de respuestas conductuales non son exclusivas de este trastorno específico, también pueden producirse en otros grupos diagnósticos, tales como el trastorno del déficit de atención con hiperactividad, la presencia de componentes ansiógeno- depresivos severos, los procesos obsesivo- compulsivos graves y/o la presencia de rasgos esquizotípicos y, sobre todo, cuando uno o varios de estos componentes se presenta de forma comórbida con el diagnóstico nuclear del TEA; no obstante, el modo de intervención varía sustancialmente, debido a la particular forma de percibir y codificar la información en el grupo sintomático del TEA cuando éste es el diagnóstico de base.

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