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DOS AÑOS DESPUÉS
Su vida se paró aquel 24 de diciembre de 2022. El vigués Carlos Monzón, de 65 años, creyó que esa Nochebuena sería la última. Él conducía el autobús de la línea Lugo-Vigo que se precipitó al río Lérez desde la N-541, en Cerdedo-Cotobade, en uno de los peores siniestros registrados en Galicia que acabó con la vida de siete personas. Dos años después del accidente y de que la Justicia diera carpetazo a la causa penal contra él, tras descartar una actuación negligente, ha decidido romper su silencio en una entrevista en primicia para Atlántico para poder pasar página.
“Estoy mal, fastidiado”, asegura cuando se le pregunta cómo se encuentra dos años después. Reconoce estar pasando por momentos muy difíciles por el “peso” que lleva a consecuencia de lo ocurrido. Pero lo peor es que “no paran de recordarme el accidente, de preguntarme todos los días sobre lo que ocurrió y yo en este momento lo que menos quiero es hablar de ello porque me hace recordar y lo paso mal, quiero zanjarlo e intentar seguir hacia adelante”.
Recientemente jubilado, este vigués ha estado toda la vida al volante, tanto en camiones como en autobuses y “nunca tuve antes un accidente, algún rascazo pero nada importante”.
Había hecho esa ruta “cientos de veces” pero reconoce que nunca se encontró en una circunstancia similar, “llovió mucho durante meses y esa semana lo hizo torrencialmente, y me encontré la carretera en ese tramo como una auténtica balsa. Yo estaba acostumbrado a pasar por allí con agua, pero no de esa forma y no paraba de llover, pensé que no iba a salir de la curva y perdí el control, fue imposible controlar el autobús”. Ese momento lo recuerda como “entrar en un túnel y sin poder salir de él”.
Después, “me encontré debajo del puente, aparecí no sé cómo de pie en la parte delantera, no me acuerdo qué pasó con el cinturón que llevaba puesto y tampoco me acordaba ni de dónde venía, ni qué estaba haciendo. Tardé unos minutos en saber dónde ir y en darme cuenta de lo que había pasado”. Fue entonces cuando acudió a rescatar a los viajeros, “intenté meterme entre los asientos pero era imposible, el techo estaba para abajo, además el autobús se iba hundiendo, quedó con el morro para arriba flotando, pero después iba cada vez más para abajo”. En ese momento, solo quedaban vivos una viajera y él, “temí por la vida de los dos. No sabía qué hacer de la cantidad de agua que venía y a la velocidad que lo hacía porque yo no sé nadar y el agua me llegaba al pecho. Pensé que habría que agarrarse a un árbol y poco después fue cuando vi luces arriba y pensé que a ver si nos sacaban rápido y salíamos de esa pesadilla”. Aunque no tuvo lesiones graves, “sufrí un gran golpe en la cabeza y dolores fuertes en el pecho y espalda por la caída”.
Al trauma del accidente, se le sumó la apertura de diligencias penales y una investigación contra él por siete homicidios imprudentes. Carlos afirma que “no tuve respaldo ninguno, excepto por un par de compañeros y de mi familia, pero ni de la empresa ni de nadie y yo tenía mis miedos, pensaba en el conductor del tren de Santiago y decidí contratar mi propio abogado porque yo no tengo ninguna culpa de lo que pasó, hice lo que pude, pero era imposible evitar que el autobús se precipitara. La forma en la que caía agua era exagerada”.
Meses después, tuvo que volver al trabajo, y “lo pasé muy mal, porque encima parecía que me estaban tomando el pelo, encargándome trabajos que no eran lógicos. Me estaban volviendo loco. Antes me gustaban los camiones y autobuses, ahora no los quiero ver delante”.
El día en que el juzgado primero y la Audiencia después coincidieron en archivar la causa por no haber indicios de delito, a pesar del informe de la Guardia Civil, “para mí fue como cuando estás enfermo y de repente te has curado”. Se muestra especialmente agradecido a su abogado, Manuel Carpintero, y a la superviviente cuyo testimonio fue clave. “Todavía no he contactado con ella, porque he tenido dos años muy malos en los que también sufrí una rotura del pie, pero sí tengo ganas de hacerlo”.
El accidente de autobús hizo que los alcaldes de los municipios por los que atraviesa la N-541 se unieran el conocido como Pacto de Pedre para reivindicar mejoras en la vía. Carlos coincide en que es una carretera “muy peligrosa”. Asegura que “tiene mucha curva y mucho aire, te mueve el coche, además de la acumulación de agua”.
Ahora, en plena jubilación y después de lo que ha vivido asegura que “si volviera a nacer no me metería a conductor”. Desde su punto de vista “no se tiene conciencia de la gran responsabilidad que conlleva el transporte de viajeros, no se reconoce esta labor ni social ni económicamente y aunque tú te preparabas después siempre había problemas, o el autobús no estaba en condiciones, o no tenía gasolina, siempre corriendo. Hay que mejorar mucho en esta profesión para que haya gente que quiera trabajar en ella”.
Afirma que si volviera atrás y se encontrara en la misma carretera con las mismas circunstancias, “hubiera actuado igual, porque no se podía hacer otra cosa” y asegura no haber tenido contacto con las familias de las víctimas que llegaron a recurrir el auto de archivo. Ahora, lo único que desea es poder continuar con su vida a pesar de la carga que lleva a cuestas “intentar disfrutar algo de la jubilación después de tantos años”. Ha vuelto a conducir pero solo su coche, “evidentemente me costó ponerme al volante porque debes ir con la mente despejada y no pensar, pero ahora en mi turismo lo llevo bien”.
Puedes ver la entrevista íntegra a Carlos Mozón, conductor vigués del autobús de la línea Lugo-Vigo que se precipitó al río Lérez, en vídeo.
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