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MINERÍA DEL WOLFRAMIO
Hubo pueblos gallegos que vieron la luz -en el sentido más literal de la palabra- cuando el wolframio les abrió las puertas a modernidades como la electricidad o las rotaciones en la jornada laboral mucho antes que a sus vecinos más próximos.
Su fuerte demanda ya antes de la II Guerra Mundial se aprovechó de las hambrunas de la posguerra para vestir de libertad económica y oportunidad la extracción de este mineral en puntos estratégicos de Galicia -y mayoritariamente de Ourense- por parte de los nazis. Lo que en un primer momento sobraba del estaño e incluso estorbaba, adquirió mucho peso al empezar a utilizarse en armamento para los aceros blindados o las puntas de proyectiles. Tanto, que incluso los ingleses utilizaban las zonas fronterizas de la provincia para dar vida a lo que se conoció como el famoso “contrabando”, con el que buscaban dejar a otros países sin este mineral, y en el que participaron niños que superan hoy los noventa años. Uno de esos niños era Antonio, quien trabajó en la mina cuando tenía 16 años y considera el contrabando como el único “medio de vida” de ese momento. Con los ojos acuosos por unas lágrimas que no se atreven a salir, el que en su momento fue minero habla de “malos recuerdos” de una vida en la que “trabajabas como esclavo, a cinco pesetas la hora. Si te mataba una piedra nadie se iba a responsabilizar porque no constaba ni que trabajaras allí”.
Antonio vive en Vilardecervos, una de estas zonas de frontera donde en tiempos de guerra la mina se convirtió en el trabajo de todo el pueblo, llegando a alcanzar picos de 600 habitantes, cuando ahora incluso en sus señales se indica la “ausencia de vecinos”. Una de esas tantas minas de Galicia convertidas ahora en abandono y deterioro. Para Antonio lo más triste es que “sabías cuándo entrabas a la mina, pero nunca cuándo ibas a salir”. Desde su perspectiva, la vuelta de las explotaciones mineras “sería una ruina”. Es la misma que la de Tamara, teniente alcalde y nieta de mineros, quien asegura que “la gente cree que le va a dar un trabajo, pero ahora se necesitan trabajadores cualificados y este tipo de explotaciones no aportan nada al pueblo”.
La resignación es lo que une a los pocos habitantes de esta zona que vivieron la minería como “la única salida” en el siglo pasado. José, quien trabajó casi toda una vida en la extracción de wolframio, recuerda aquellos tiempos agradeciendo las veces en las que podía trabajar en el interior de la mina para al menos “estar caliente”. A su hija Luisa, el recuerdo la lleva a cuando tenía 5 años, momento en el que veía llegar a su padre “mojado y frío” a primeras horas de la mañana: “No era ni capaz de cambiarse. Mi madre tenía que desnudarle, calzarle y vestirle de nuevo cuando venía del contrabando lleno de frío. Cogía el desayuno y de nuevo para la mina”.
Así era la vida de quienes dedicaron su salud a la minería del pasado siglo y a quienes Mikel Diéguez retrató en su obra “Ouro negro: a historia das minas de Vilardecervos”, donde dejó fiel reflejo de las consecuencias positivas y negativas de la conocida “fiebre del oro negro”. Disparidad de opiniones que dejan claro que aunque “fue un periodo que trajo bienestar económico al pueblo y a la región con una burbuja económica que supuso una pequeña revolución industrial”, fue a costa de “muchos riesgos y problemas como la silicosis”. Para Diéguez, también nieto de un minero que sufrió precisamente esta enfermedad, es importante que se mantenga el recuerdo de los que ya son muy mayores: “Cuando pasen unos años y ya no estén con nosotros, al menos seguirán sus relatos”.
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