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CRÓNICA
La Mejicana echa el cierre a 22 años de barra, una decisión a la que se ha visto abocada Carmen Conde, que no ha conseguido personal que la acompañe para seguir manteniendo vivo un proyecto histórico de la rúa Alejandro Outeiriño. Sin embargo, ella, optimista, tiene un deseo: “Que alguén colla o traspaso. Isto non pecha por falta de clientes, aquí somos unha gran familia. Pero non podo quedar eu soa sen xente para traballar comigo”.
Desde que cogieron el traspaso en febrero de 2000 (el negocio data de mucho antes), conjugaron etapas brillantes con golpes duros. Superaron todos, pero la escasez de personal en la hostelería, no. Ni siquiera ha podido avisar con antelación a su larga lista de clientes para hacer una despedida. Con un nudo en la garganta reitera continuamente lo “agradecida” que está. “Aquí estivemos moi a gusto, nunca tivemos unha deuda, nunca unha mala palabra de ninguén, nunca, nunca…”, relata. “Pasamos todas as crises, nunca nos faltou nada. Non hai ningún negocio así en Ourense, toda a xente era a mesma todos os días e cando a xente chegaba á súa mesa xa tiña o café preparado. Aquí coñecémonos todos, sempre tivemos a ventaxa de ter o café listo antes de que sentaran na mesa, para iso teño ese espello, xa os vía entrar polo fondo”
Si por algo destacó La Mejicana era por las tortillas que Carmen preparaba con esmero, también por los desayunos y cafés a funcionarios y trabajadores del entorno. “Afrontaron días intensos, años de mucho trabajo, también de mucha felicidad”, cuenta Ernesto Schreck, comerciante vecino de la calle.
Su marido Santi, fallecido en 2018, y ella eran un símbolo de esta céntrica calle ourensana, y dos ejemplos de trabajadores vinculados toda su vida a la hostelería. Empezaron en el restaurante San Miguel, un referente nacional de la época, con apenas 16 y 14 años. Él de camarero y ella, en la caja. Después de años de trabajo constante, emprendieron en el sector en la calle Cardenal Quiroga, donde regentaron la cafetería Sanma, y después otra cafetería situada un poco más abajo hasta llegar a La Mejicana “. Siempre llevaron la hostelería en la sangre”, resalta Schreck.
El primer golpe duro lo aguantó Carmen cuando Santi se fue de forma repentina. Sus hijos, Jacobo y Maite, que tienen otros proyectos, estuvieron en aquel momento a su lado para superar el bache. Y aguantaron. Cuando llegó la pandemia, Carmen también resistió e incluso llegó a instalar una terraza en la calle por la que tanto había luchado.
Desde la pandemia estuvo buscando personal formado, infructuosamente, hasta que hace unos días la marcha de su empleada le asestó un golpe imposible de resistir. “Eu chegaba aquí todos os días ás seis da mañá para preparar os pinchos e marchaba as nove da noite, cando pechábamos. Os sábados á tarde e os domingos non abríamo, pero isto non é algo para levar una persoa soa. Non me quedou outra”.
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