Flor Velasquez, sobre los daños colaterales de sachar con una pierna

LA NUEVA OURENSANIA

Explica Flor Esperanza Velasquez, entrenadora física del otro lado del charco, afincada en Celanova, que no siempre tonifica el cuerpo el trabajo de la huerta. Y de paso que nos anima a alternar piernas mientras baila la azada, nos cuenta la historia de su traslado desde Venezuela.

Miriam Blanco

Publicado: 08 ene 2025 - 05:30 Actualizado: 08 ene 2025 - 07:55

La Nueva Ourensanía | Flor Velasquez

Reinventada como entrenadora personal y profesora de pilates en la villa celanovesa, se proyecta Flor Esperanza Velasquez de Belandria, pletórica en nuestra tierra, al dejar atrás su país, escenario amado con futuro incierto.

Nació en Valencia, en el estado Carabobo, Venezuela. “Yo siento que era rica y no lo sabía”, declara al hilo de su pasado. Queremos entender que el jardín del vecino siempre se ve más verde, hasta que toca poner la vida en perspectiva.

Flor Velasquez.
Flor Velasquez.

“Soy licenciada en educación y trabajaba en un liceo, en el sector público”, revela. Tenía también una pequeña empresa textil, y su marido (hijo de emigrantes pero ya nacido allá) trabajaba como programador web y diseñador gráfico. “Mis primeros treinta años todo iba bien”, explica. La cosa empezó a torcerse para ellos en 2010, comenta. “La situación sociopolítica del país nos hizo salir”, explica.

Llegó con su marido y se asentaron en un pueblo. “Salí hace once años, primero llegamos a Lima, en Perú y hace seis vinimos hacia aquí, porque mi marido es gallego”, aclara. “De los Bispos de O Rial, de Ramirás”, nos cuenta. Nos encanta oír esta forma tan gallega que tenemos (y que ya adquirió ella), de explicar el ‘de quen ves sendo’, del que muchos se avergüenzan, pero que a nuestros oídos suena un poco napolitano, y hasta cinematográfico.

Flor Velasquez.
Flor Velasquez.

“Fue maravilloso aterrizar aquí, veníamos de una ciudad muy congestionada”, explica. A Perú saltaron ambos con ofertas de empleo en lo suyo pero cuando migraron hacia este lado tocó reinventarse. “En realidad yo venía de trabajar en una alcaldía, en el área de deporte”, explica. “Detecté que aquí había una necesidad”, puntualiza. “Población muy longeva en post pandemia”, aclara.

La asociación cultural Cantaclaro le prestó un pequeño espacio para reuniones, con afán deportivo, en grupos reducidos. “Combatir el frío y salir del encierro era fundamental para los ancianitos”, opina. A los dos años monta su local de entrenamiento y se hace autónoma. “Además en el centro sociocomunitario imparto pilates”, añade a su currículo Flor Esperanza Velasquez.

Repoblando la aldea

“Vivimos en Sandín, a las afueras de Celanova, allí la única casa habitada somos nosotros”, comenta. Tiene un hijo adolescente que estudia en Ourense capital y para ellos, la vida en la comarca es más que suficiente. “La tercera noche dormí como nunca”, comenta del salto de la urbe al campo.

De su nuevo mestier cuenta maravillas. “Me encanta lo que hago, entreno mi cuerpo y estoy ayudando a otras personas, para mí es un shooter de energía diario”, reconoce. De sol a sol, “a veces tengo a siete grupos en el día”, comenta, feliz como unas castañuelas.

Sueña con tener una sala más grande para ayudar a las personas mayores. “No necesariamente pagar”, explica, así de comprometida está ella con sus vecinos de cierta edad de esos lares. “Tenemos que quitarles el miedo a las lesiones”, afirma rotunda, tiene esperanza Flor en el apellido, y en hacer desaparecer los andadores de la comarca.

Consejos de la huerta

“La fuerza la ejecutan un poco a lo bestia”, responde ante nuestra sorpresa, suponíamos una fantástica forma física en nuestros mayores. Le pedimos que nos haga un decálogo del buen hacer ‘nos terreos’ y aporta dos ejemplos bien claros. “No saben cómo agacharse para las patatas, o por ejemplo se pasan dos o tres horas sachando con la misma pierna”, apunta. “Hay un desgaste unilateral del cuerpo”, comenta. Tomen nota los amantes de la jardinería y la horticultura de la comarca entera. Para más detalles, “pecho afuera, culo afuera, barriga dentro”, aclara la instructora Velasquez de Belandria.

Le hacemos un test de conocimientos patrios. Y ella se muestra concienzuda a la par que dicharachera. “No me ayuden, no me ayuden”, solicita, sabedora de que lo mismo no todo son aciertos. Le hecemos el test del ‘xeonllo y el nocello’ para saber en qué idioma plantea esas clases y aunque por el momento no acierta, se toma el aprieto con retranca galega. “Yo no sabía que esto era una evaluación del Celga”.

Serena, equilibrada, optimista y amante de la vida en la aldea, presentamos, desde Sandín para el mundo, a Flor Esperanza Velasquez de Belandria, venezolana comprometida con mover los cuerpos serranos de la comarca entera.

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