Iris Coronil, buscando la conexión divina en los montes de la provincia

Desciende de un catalán por parte de padre, pero para Iris Coronil Laya es irrelevante; acabó en Ourense por los españoles de su pueblo, que “casi todos eran gallegos”, comenta. Sus mejores amigos son retornados en O Vinteún, y siguiéndoles a ellos, se decantó por esta parte de España.

Originaria de Altagracia de Orituco “un pueblo ganadero en los Llanos venezolanos”, explica, ejercía allí como maestra de escuela. “Emigré por cuestiones políticas, por ser de la oposición al chavismo”, revela. Vino con su esposo y sus dos hijos, hoy están todos repartidos entre Galicia y Canarias. “Mi marido trabajaba como analista para grandes marcas como Toyota y aquí le tocó, como a todos, hostelería”, comenta. No solo se mueven los cuerpos, también los espíritus, en el fenómeno migratorio, y de aquellas aguas estresantes, pues estos lodos. “Ahora somos grandes amigos”, confiesa, “los cambios no son fáciles”, reconoce.

“Al entrar corrientes extrañas en los planes de estudio, que chocan con tu esencia, pues lógicamente te opones”, explica Iris sobre la decisión de venirse. “Al firmar a favor del referéndum revocatorio del presidente Chávez, todo se volvió un infierno”, concluye.

La vida, zumbando

Llegó Iris a la avenida de la Habana, “a un piso pequeñito, antiguo, sin ascensor ni calefacción, pagaba 300 euros”, explica con una sonrisa. “En seguida encontré trabajo cuidando a una señora mayor”, explica, gracias a sus contactos.

Fue Iris profesora de zumba. “Fui la primera persona que hizo un zumbatón aquí en Ourense, en las canchas del pabellón de los Remedios”, rememora. “Siempre fui de hacer deporte, pero luego hice cursos de ritmos latinos”, añade. A continuación trabajó con distintas escuelas de baile y danza, “también monté una escuela de baile y artes marciales con un socio, en las galerías del Couto”, explica. Iris reconoce que el covid lo redirigió todo, y lo de mover las caderas se quedó como afición (por el momento). “La gente aprendió a vivir al aire libre, a caminar, ¡hasta yo!, es maravilloso pasear a orillas del río Miño”, opina Iris. “Los montes gallegos son estupendísimos”, remata.

Trabaja ahora en una residencia comunitaria de abuelos, y también tiene un contrato privado. “Hago doble jornada”, puntualiza; con todo, y sorprendentemente, no se le ve a Iris derrengada.

Habitó el centro, la zona de la residencia, O Couto, y ahora vive en la zona del Barbaña. Piensa en comprar por las inmediaciones del Auditorio, “lo ideal una casita, pero se sale de presupuesto”, resopla Iris simpática.

A su país no volvió ni volverá, aunque comparte las morriñas de la comunidad venezolana. “La familia, la música…”, explica, “pero yo me quedo en Ourense, me encanta el casco histórico, la catedral es mágica”, añade.

Está Iris enfadada con la religión católica, “por los muchos daños que han hecho los hombres de la iglesia”, explica; reconoce que no ha tenido tiempo de analizar al nuevo papa. “Creo que me estoy pasando al budismo”, añade. “Fui a la iniciación con una amiga de zumba, pero no estaba preparada”, explica.

“Probé de todo, los mormones, los evangelistas, los testigos de Jehová allá en Venezuela… mira, yo he estado buscando la conexión divina muchos años”, revela.

“¡Al final la encontré andando en los montes gallegos!”, con entusiasmo exclama. “Te sientas en esos penedos, te relajas y te conectas con el mundo”, espeta.

Fanática no obstante de la Virgen de Coromoto y de la nueva ourensanía, “veo los vídeos y me encantan”, confiesa, Iris Coronil Laya hace gala de un popurrí de inclinaciones singular, porque así es ella, original y un poco en función del día, de Dios o del Nirvana, según como le dé el aire.