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PALABRAS DE DESPEDIDA
No siendo un intelectual, ni proyectando serlo, no siendo catedrático de Bellas Artes, no dedicándome por oficio a ser analista de una exposición artística, no contando más que con mi intuición y mi atención a todo movimiento cultural que nuestra ciudad haya acogido, me colé durante muchos años en este espacio, hasta labrar un grupo de amistades, Alexandro uno de ellos, que me llevó a entender, admirar, entender, la “belleza” de la Atenas gallega, Ourense, de otra manera.
Fue Alexandro durante muchos años vecino de la Calle de la Paz, por donde paseaban Otero Pedrayo, F. López Cuevillas o mi entrañable profesor Joaquin Lorenzo “Xocas”, buhardilla, colchón y sus pinturas, continuación, escaleras arriba y al otro lado de la calle, del Voltaire, cobijo de toda una generación de “artistiñas”, que así se les conocía, bajo el resguardo de Tucho, gran conversador, siempre enfundado en su traje, más graso que otra cosa, corbata negra, y todo un campeón de dominó, que el decía. Residencia que Alexandro, hace unos años, había trasladado a Muxia a donde, no hace mucho, llegamos a visitarle. Pese a algún “desengaño” se había adaptado perfectamente a su vida en a Costa da Morte. Me explicó su intención por adentrarse en el mundo de la escultura en madera, lo que aprobé, y animé, en una conversación llena de recuerdos, ilusiones -que eran muchas- pero que muy pronto se truncaron cuando me habló de sus problemas de salud. Aunque se mostraba convencido de que los iba a superar, “estuve jodido pero la medicación me fue bien ¡y a seguir!” pero, por desgracia no fue así. Y es que en Alexadro todo era una controversia y recuerdo que en más de una ocasión me había manifestado no temer a la muerte “me da igual morir de una hostia que de otro modo” (sic). Como entendia que había que ser “muy valiente para marcar tu final”. Lo entendía como que este mundo se le quedaba pequeño y “era una forma de buscar una mayor felicidad “.
Sin bandera, indócil, ajeno a oropeles, peloteos y dispuesto al enfrentamiento, muchas veces en exceso, por la defensa de sus convicciones, puede que esto le privara de un mayor reconocimiento, social e institucional, acorde con lo que su obra merece, como así ocurrió con Vidal Souto, compañero generacional y junto con Quessada autores del mural que rodea el Centro Penitenciario de O Pereiro. Y aunque siempre hay tiempo para rectificar y más con una obra que será eterna, mira por donde que, estoy convencido, para nada este olvido les habría disgustado en exceso a ambos colegas. Seguro que Alexandro lamentará, preocupará más que no pueda estar en su despedida, por motivos personales, su buen amigo y redentor, Pepe “Mexillon” y Otilia, por cuanto ambos representan la realidad de su vida. Su lugar de acogida y calma.
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