Lorenzo Silva: “La primera novela de Bevilacqua y Chamorro fue rechazada 12 veces”
Lorenzo Silva es un reputado escritor
Lorenzo Silva es uno de los autores en castellano más exitosos de este siglo. Sus obras le han llevado a lo más alto de la literatura en español -aunque en sus inicios hasta él mismo dudó de si lo lograría- y millones de españoles conocen a Bevilacqua y Chamorro. Silva será el primer ponente del Foro La Región en el 2024 y en él hablará sobre todas las connotaciones que desliza en su última obra, Púa (Ediciones Destino, 2023).
“¿Tienen los verdugos corazón?” es el título de la conferencia. ¿A qué se refiere?
Va al hilo de mi último libro (Púa, 2023) y de un asunto que ha vuelto en los últimos tiempos en diversas formas. Quizá el antecedente más cercano que tenemos todos es el del verdugo terrorista, que está ahora de actualidad, con el debate sobre su memoria. Además, es un tema que ya había tratado en otras novelas anteriores. La pregunta es si las personas que acaban realizando estos actos son muy distintas al resto de nosotros. Me pregunto si se trata siempre de psicópatas o gente sin empatía. Mi experiencia, después de haber hablado con gente de todo tipo, desde gente que combatió el terrorismo hasta terroristas, dice que es un asunto más complejo de lo que parece. Hay gente que sí tiene alguna especie de amputación moral y no tiene ningún tipo de conciencia, lo que le hace imponer su premisa ideológica a cualquier precio. Pero la mayoría de la gente, una vez cesan los estímulos, la presión y el trauma que les lleva a apretar el gatillo, se hace preguntas. A partir de ahí, tienen que darse respuestas muy difíciles porque tienen sensibilidad hacia el dolor del prójimo.
Hay quien no se arrepiente nunca.
Creo que son más llamativos los casos de verdugos recalcitrantes. Esos que, muchos años después, se ratifican en lo que hicieron y siguen siendo completamente insensibles al dolor que causaron.
Al hilo de la anterior reflexión. ¿Todos podemos ser verdugos en función del contexto?
Sí. La novela explora la vida de una persona que se convierte en verdugo como consecuencia de un trauma devastador que le golpea en plena juventud, destroza su familia y le cambia las prioridades en la vida. Por poner un ejemplo concreto: he hablado con gente que ha estado en ETA. Entraron con 18 o 19 años y les he preguntado sobre las razones. Me contestaban que eran mezcla de ambiente familiar, traumas de sus mayores en la Guerra Civil… Una situación que ellos veían intolerable y que los llevó a enrolarse en una organización terrorista y a organizar asesinatos. Muchos años después, una persona con la que yo hablé, me contaba: “Ahora me doy cuenta de la barbaridad que hacía. Seguir a gente que no conocía solo porque me lo habían señalado. No me habían hecho nada. ¿Cómo pude ser tan animal?”, me decía. Pero lo hizo.
En su última novela se saca también el tema de las cloacas del Estado. ¿Púa y Mazo podrían llamarse también José Manuel Villarejo?
No exactamente. Entiendo la metáfora de las cloacas del Estado, pero no me gusta mucho. Una cloaca es algo subterráneo, y en ese sentido me parece acertada. Pero una cloaca es maloliente y nauseabundo, por lo que entra un juicio moral. A mí lo que me interesa de estos organismos es precisamente su carácter subterráneo, porque se ocupan de aquello que no se puede mostrar a la luz. ¿Por qué? Porque no se está en condiciones de defenderlo. Básicamente, porque se está infringiendo la ley. Y eso no es romper un texto formal, sino que es avasallar ilegítimamente los derechos y libertades de los ciudadanos. La novela no explora casos concretos de guerra sucia desde el Estado. Es una ficción pura.
¿De qué se trata entonces?
Hay una organización, creada por el Estado, que actúa en la sombra y sus miembros infringen la ley una y otra vez en perjuicio de personas que acaban sufriendo daños irreparables. Además, quería mostrar una dicotomía: cuando hablamos de guerra hablamos de un acto complejo y, antes de que alguien se manche las manos, hay alguien más arriba que ha tomado la decisión de autorizar o legitimar dicha acción. Quien toma las decisiones no es quien se mancha las manos. Hay una división clarísima. El legitimador, como no está en proximidad inmediata con las conductas criminales, muchas veces queda impune y puede enfocar el asunto como una cuestión abstracta. Al que se mancha las manos le cuesta mucho más quedar impune y nunca, aunque quede libre, va a poder enfocar el asunto como algo abstracto porque tiene la experiencia del dolor que ha causado.
Y ambos son igual de verdugos.
Sí, pero el peón tiene una carga mucho más pesada que el que le mueve.
Yo le conocí a través de sus personajes más icónicos: los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. ¿Pensaba que le llevarían hasta el Planeta cuando los creó?
No. Cuando los creé era un escritor prácticamente inédito. Acababa de publicar una novela en una editorial pequeñita, trabajaba de otra cosa para ganarme la vida… Aunque escribía desde siempre, dudaba de si iba a lograr tener repercusión con la literatura. Ya no dudaba si tendrían éxito o no, dudaba de si se publicarían. Cuando escribí la primera de esas novelas tenía serias dudas de que se fuesen a publicar. Y se refrendaron cuando envié una docena de copias de la novela a otras tantas editoriales y todas me rechazaron.
¿Qué es más difícil, llegar o mantenerse?
Ambas son tremendamente complicadas. Conseguir que tu trabajo se vea y resulte atractivo a otras personas con toda la competencia que hay es muy difícil. Una vez que lo has logrado, es cierto que en el corto plazo tienes ventaja sobre quien no lo ha conseguido. Pero creo que es muy difícil mantener esa ventaja a largo plazo, que es a lo que aspiramos. Eso es tan complejo como lo anterior si no más.
¿Influye su formación como abogado en su forma de escribir?
Todo influye. Quizá lo que más es la condición de lector de cada novelista. Ejercí la abogacía durante 12 años y eso influye en mi forma de ver las cosas. Por ejemplo, yo no veo al policía como un agente justiciero tipo Batman. Lo veo más como un auxiliar de la autoridad judicial. Quienes hacen justicia son los jueces y tribunales.
¿Tiene algún método a la hora de escribir?
Tengo un método bastante homogéneo. Cuando llevas medio centenar de novelas ya has visto lo que funciona y lo que no. Siempre parto de un chispazo potente. Después, la experiencia me ha enseñado a dejarlo en cuarentena y, si unos meses después sigue despidiendo luz suficiente, ya empiezo a elaborar una historia sobre él. A continuación, llega la fase de aprender todo lo que necesite, que a veces es mucho y otras muchísimo. Ha habido novelas que he tardado muchos muchos años en documentarme. Por ejemplo, para documentarme sobre Afganistán, quería viajar allí, y eso me llevó bastantes años. Una vez tengo todo esto es cuando me pongo a escribir, y pueden haber pasado hasta 10 años.
¿Qué opinión le merece la creación literaria a través de la inteligencia artificial?
Abre un mundo, pero tengo dos reparos. No es por ser contrario al progreso, que llevo trasteando con ordenadores desde los 14 años. El primero es como lector, porque no me interesa lo que me cuente una máquina. No me interesa porque viene de parasitar la creación de seres humanos y de ejercicios combinatorios que son inhumanos, y a mí lo que me interesa es la condición humana de la literatura. El otro, como autor, es porque me presenta un problema ético, ya que si bien me puede hacer más productivo, será a costa de una herramienta que se ha apropiado de los derechos de autor de miles de escritores y es algo completamente ilegítimo.
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