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En Vigo existe una calle, la de López de Neira, en honor al que fuera alcalde de la ciudad, comerciante e industrial, Antonio López de Neira, natural de Sober, municipio en el que había nacido en 1827. Se le conoce por ser pionero en el uso de la luz eléctrica y el teléfono en la ciudad olívica. Pero pocos recuerdan que fue promotor de una de las primeras fábricas de chocolate que se establecía en la ciudad. El chocolate fue durante casi dos siglos un producto de fabricación local. Rara era la villa en la que no existía una pequeña fábrica y ciudad en la que dos o tres marcas competían por ser la marca favorita entre sus vecinos. Ourense ciudad llegó a tener 13 fábricas trabajado a un mismo tiempo hace poco más de un siglo. Y con ser una cifra elevada, no era nada comparado con las 43 que tenía la pequeña ciudad de Astorga. El vínculo entre Vigo, Ourense y Astorga no era el chocolate, sino los arrieros maragatos que realizaban las rutas comerciales desde el puerto hasta el interior con artículos que procedían de las colonias y de ultramar y en su retorno aprovechaban para la venta de sus propios géneros. Buena parte de las tiendas de coloniales y ultramarinos están vinculadas a familias maragatas que, al cabo de las generaciones se fueron instalando en las ciudades y las grandes villas gallegas. Sobre todo, a partir de la llegada del ferrocarril, que puso fin al oficio del arriero.
De transportistas y comerciantes ambulantes se fueron estableciendo y con ellos las actividades en las que más destacaban, entre las cuales se encontraba la elaboración del chocolate. Tenían a su favor, además, un amplio desarrollo de maquinaria para la fabricación de una manera que, sin dejar de ser artesanal, sí incorporaba elementos industriales que facilitaban una mayor producción.
Las Burgas, Nuestra Señora de Los Remedios, Chaparro, las tres de Ourense capital; Anthony, de Allariz; Caldelas, de Parada de Sil; La Carballinesa, de O Carballiño, Phoenix, de Pobra de Trives, El Maragato, Sabú, La Perfección y Viso, de Vigo, son algunas de las marcas que endulzaban meriendas y protagonizaban chocolatadas de varias generaciones de la Galicia Sur. Esa fabricación de proximidad no era patrimonio exclusivo del chocolate.
Al igual que se tostaba y molía el cacao para la elaboración de chocolates, en cercanos vecindarios proliferaban también los tostaderos de café, las fábricas de gaseosas y refrescos e incluso las de cervezas. La artesanía de su producción y la frescura, porque solo viajaba la materia prima, pero el producto elaborado tenía un recorrido que hoy consideraríamos de kilómetro cero, le daba una gran ventaja competitiva hasta que la globalización empezó a extender las grandes marcas y el desarrollo de una industria intensiva a gran escala.
Entre las más antiguas de la provincia de Ourense, Chaparro y Phoenix han conseguido sobrevivir, aunque por caminos muy diferentes. Chaparro está considerada una de las marcas de chocolate más antiguas de Galicia, si no la más veterana, con 170 años sobre sus espaldas. En este año que cumplirá 171, su planta de fabricación ya no estará en la provincia de Ourense, sino en la de Pontevedra, en Salvaterra do Miño, donde la empresa Chocomiño, ha conseguido salvar de la desaparición algunas de las marcas tradicionales. El cierre de la pequeña factoría de Chaparro en Quintela de Canedo supone la última emigración de una marca Ourensana, aunque en este caso a poco más de setenta kilómetros de su actual emplazamiento.
La primera en hacerlo fue Phoenix, fundada por José Salgado en Pobra de Trives en 1889, a orillas del río Cabalar, muy cerca de uno de los tres puentes romanos que la Vía Nova tiene a su paso por este municipio. Allí, aprovechando la fuerza del agua, el molino de su pequeño negocio molía el cacao con el que elaboraba el chocolate. A principios del siglo XX decidió emigrar a América y lo hizo llevándose no solo el conocimiento como maestro chocolatero, también algunas de sus máquinas y moldes. Así desembarcó en Buenos Aires en 1910 donde al cabo de un tiempo refunda la empresa y la actividad con la que había salido de la provincia de Ourense. El mismo año de la gran pandemia de la gripe española, en 1918. Phoenix se llamará entonces Fénix, pero sigue manteniendo el orgulloso recuerdo de su origen gallego en las Terras de Trives y ahora, que ha cumplido más de un siglo en Argentina, la empresa sigue siendo familiar y presume de sus orígenes gallegos, e incluso muestra en su página web una foto del antiguo molino-fábrica de chocolate a orillas del río Caballar.
En sus más de cien años de historia americana además de elaborar sus propios chocolates, fabricó para otras marcas, entre las que se incluye la multinacional suiza Nestlé. Actualmente orienta su negocio a la creación de cacaos y chocolates con denominación de origen, buscando aquellos cacaos más selectos de toda América.
El cacao es un producto americano pero que se extendió a prácticamente toda la franja tropical del planeta. La mayoría de las fábricas artesanas gallegas empleaban los cacaos cultivados en Guinea Española, “el África tropical” a la que se refería la canción del Cola Cao, un país que fue colonia española hasta finales de la década de 1960. Ese era el caso, por ejemplo, de Chocolates Caldelas, que la familia Casares tenía en Parada de Sil y se mantuvo abierta hasta la década de 1980. Sus antiguas instalaciones, en Teimende, en ese municipio de la Ribeira Sacra, se han convertido en un pequeño museo en el que se puede seguir el proceso de elaboración del chocolate, gracias a la conservación en perfecto orden de marcha de todas las máquinas y aparejos. Desde el tostado y molido hasta el moldeado de las tabletas y su posterior envasado manual, primero con una lámina de papel aluminio y luego con el envoltorio en papel.
La apertura del museo ha servido también para recuperar la marca y la fórmula de su chocolate que se ha vuelto a poner a la venta, gracias también a la participación de Chocomiño, de Salvaterra, que fabrica en series muy limitadas las tabletas que llegan al museo.
Otras dos marcas ourensanas se han salvado de la desaparición gracias a esta planta de producción en tierras del Condado, fundada hace poco más de veinte años. La más reciente fue “La Carballinesa”, que sigue manteniendo su despacho de chocolates muy cerca del balneario de O Carballiño y que a lo largo de su historia cautivó a miles de agüistas que iban a esa villa desde otras partes de Galicia a tomar las aguas para curar sus males y regresaban a casa con un par de libras de este chocolate artesano. La primera de ellas fue Anthony, de Allariz, que presentaba sus chocolates con las marcas Antóny y Antoxo.
Otra de las marcas repescadas por Chocomiño fue la viguesa “El Maragato” cuya existencia en los últimos tiempos quedaba restringida a pequeñas tiendas de ultramarinos mientras otras marcas viguesas como Viso y La Perfección alcanzaban una mayor popularidad y extendían su mercado por toda Galicia. La Perfección terminó adquiriendo Viso y lo incorporó a su catálogo de marcas de chocolate, en el que también se encontraban etiquetas como “Sabú” y “Trevinca”, esta última, de chocolate con leche, frente a las primeras que eran de chocolates a la taza. En el furor de expansión de la Nueva Rumasa se hizo con la empresa viguesa a finales del siglo XX. Pero la pertenencia al grupo de Ruiz Mateos fue su sentencia de muerte ya que se quedó con las marcas pero no mantuvo la actividad ni los empleos en Vigo. La producción se desplazó a la fábrica de Trapa en Palencia y comenzó un largo proceso judicial que terminaría con la asignación de las marcas a los antiguos trabajadores.
Parte de esos trabajadores, entre ellos el maestro chocolatero, se integraron en Chocomiño.
Tal vez esa sea la razón por la que esta empresa ha tenido siempre un gran interés en recuperar las históricas marcas del chocolate y ha sumado a las ya antes referidas otras como “Raposo”, de Santiago. No obstante, el rescate de viejas marcas y sus fórmulas no es su única actividad. A lo largo de estas dos décadas de existencia ha realizado importantes aportaciones al mundo del chocolate, como sus turrones de chocolate, entre los que se incluye uno elaborado albariño del Condado.
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