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La poesía de Safo de Mitilene (Lesbos 650 a.C-Léucade, 580 a.C) es antigua que no vieja. Métrica llena de ternura, de muchachas que se preparaban para el matrimonio, chicas de buena familia educadas en ambiente de gineceo, a las que desde su escuela Safo enseñaba canto, poesía, costura y baile; Safo era la amiga y la maestra.
2.600 años después a esas mismas costas de Lesbos que inspirarían a Safo no han parado de llegar estos últimos meses miles de refugiados espantados por el horror de una guerra que es un infierno; a ese mismo lugar han peregrinado también millonarias lésbicas a la búsqueda del legado del mito lésbico.
Safo amó tanto a mujeres como a hombres. En sus versos cantó al amor femenino sin tapujos, algo que la historia le reprocharía, pero no los suyos. En Lesbos la mujer era libre, no así en Atenas. Anágora, Eunica, Gongila, Eranna, Telesipa, Andrómeda, Megara, pero sobre todo Atthis, a quien amó locamente, tanto que cuando la familia de la muchacha decidió retirarla de la escuela para casarla como era pertinente, Safo, afligida, escribió un poema, El adiós a Atthis.
Casi toda la obra poética está escrita en aeólico, y sus poemas fueron muy tenidos en cuenta en otras civilizaciones, romana, bizantina. En total escribió nueve libros de odas, epitalamios o canciones nupciales, elegías e himnos, pero apenas se conservan una mínima parte; Oda a Afrodita es el más brillante. Versos apasionados, sencillos, en los que adquiere primacía lo íntimo, la mirada subjetiva. Safo tuvo amantes, también hombres, entre los que destaca el poeta Alceo.
La obra sáfica contrasta con los territorios de lo brusco, de lo heroico de la poesía épica; de la de gestas militares damos paso a los mundos delicados, a la sensibilidad femenina con una forma de hacer muy original. Su manera de crear, un ritmo propio y una métrica nueva: estrofa sáfica, verso de tres endecasílabos; una poesía que no ha dejado de inspirar e inspirarse, como le ocurrió a Catulo y Horacio, y así -Petrarca, Leopardi, Hölderlin, Byron, Rilke- hasta nuestros días. Bueno, no todos fueron seguidores, fue el Papa Gregorio VII, 1.073, quien ordenó quemar todos los manuscritos con poemas sáficos, por inmorales y pecaminosos, así se perdió gran parte de su legado.
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