La biblioteca que volvió a respirar en el corazón del monasterio de Montederramo

RESISTENCIA RURAL

Lo que un día fue la sala capitular del monasterio vuelve a llenarse de historias gracias a la perseverancia de una mujer que se negó a que los libros de su aldea murieran en silencio

Amelia Lamelas Míguez en su proyecto de ver la biblioteca funcionando | La Región

El día a día en Montederramo serpentea entre prados verdes y muros de piedra cargados de historia que guardan la memoria del macizo central. Frente a la plaza, donde la fuente canta, se levanta el imponente monasterio: su piedra antigua parece respirar despacio, como si supiera que dentro ocurre algo pequeño pero esencial. Allí, en una de las dependencias del antiguo colegio, cerrado en 2014, late la biblioteca. Un rincón único en donde los libros han vuelto a despertar tras años de silencio.

La responsable de ese renacer es Amelia Lamelas Míguez, una vecina de 58 años que parece tener más energía que el propio lugar que la vio nacer. Licenciada en Filología Clásica, siempre estuvo vinculada a su tierra: fue guía, trabajó en la oficina de turismo y en el centro comarcal de Caldelas, y se implicó en la vida cultural del municipio desde la asociación de mujeres hasta en años atrás la concejalía de Cultura. Pero cuando decidió detener su vida laboral para cuidar a sus padres, lo hizo con la misma entrega que pone en todo.

Tras quedar huérfana —primero su madre, luego su padre— se vio joven y pensionista, cargada de tiempo libre y con una intuición clara: tenía que hacer algo útil. Y entonces, casi sin querer, volvió a su memoria la biblioteca del colegio, aquella sala capitular coronada por una cúpula mágica donde había tantos libros que parecía imposible contarlos.

Sala de la actual biblioteca.
Sala de la actual biblioteca. | Xesús Fariñas

¿Qué habría sido de ellos desde que el colegio cerró en 2014? La respuesta la dejó sin aliento, pero no sin ganas: todos estaban amontonados en un cuarto del monasterio, encerrados en cajas, sin orden, sin lectores. Dormidos.

Habló con el alcalde. Se ofreció de forma totalmente altruista para reordenar, catalogar y volver a levantar una biblioteca desde cero. La respuesta fue inmediata: manos abiertas, agradecidas. Llegaron también donaciones de colegios y particulares. Y libro a libro, caja a caja, Amelia fue creando un espacio vivo donde antes solo había polvo y silencio.

Pronto se dio cuenta de que aquella primera sala se quedaba pequeña. Soñaba con recuperar la biblioteca original, la de su infancia, la sala capitular con cúpula. Propuso el traslado. Ella misma movería todo, solo pidió un poco de ayuda. Y llegaron siete u ocho mujeres del pueblo, y en un par de tardes el milagro comenzó a tomar forma: las estanterías siguieron el orden que Amelia había diseñado con precisión, y los libros, por fin, respiraron.

Cuatro años después, Amelia mira atrás y casi no se cree lo que han conseguido. Quedan cajas por abrir, sí; las estanterías ya están tan llenas que casi piden auxilio; aún falta terminar algunos detalles. Pero el alma del espacio ya está ahí, palpitando.

La biblioteca huele a mezcla de tiempos: a tinta nueva y a lomos viejos. La chica de la Casa Niño trae a los más pequeños una vez a la semana a elegir historias. A veces entran adolescentes en busca de aventuras; otras, una mujer joven pregunta por libros de setas para su hijo. La vida aquí pasa despacio, pero pasa llena.

Amelia no tiene horario, va poco a poco, pero si la llaman siempre está, “vivo cerquiña, non me importa achegarme”. Siempre aparece. Siempre sonríe. Ella es el corazón silencioso del proyecto. Hoy la biblioteca de Montederramo no es solo un edificio: es un acto de resistencia rural hecho con calma, con manos mujeres, con historias y con una terquedad hermosa: la de no dejar morir los libros.

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