Amigos extraños

MUJERES

Publicado: 03 ago 2025 - 00:50

Opinión en La Región | La Región
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Son cosas que pasan por viajar en días de celebraciones deportivas o fiestas ciudadanas. Allí estábamos paradas hacía quince minutos a la espera del taxi que nunca llegaba, atrapadas tras cientos de llamadas en una voz que repetía “en estos momentos no hay ningún taxi libre”, seguida de una musiquilla desesperante. Antes se iba a la parada, se cogía uno y todo resuelto. Ahora hay que solicitarlo a no se sabe dónde, y de allí llaman no se sabe a quién, y los mandan aquí, si hay suerte. El reloj, sin piedad y ajeno al problema, dejaba escapar el tiempo que volaba con sonrisa sardónica. No había solución. La única era abordar el primer coche que pasara ante nuestros ojos. Así lo hicimos.

Fueron dos horas vividas entre amigos extraños, en un coche que nos conducía a la nada, como viajeros del tiempo, no sideral, sino de un Ourense cerrado a cal y canto.

Después de presentarnos y contar nuestro drama al ocupante del vehículo, le rogamos que nos acercara a la estación de trenes. El señor quedó en suspenso unos instantes como si se encontrase ante dos locas. Luego reaccionó y, atónito, nos invitó a subir, lo que hicimos después de colocar las dos maletas con su estimada ayuda. Nuestro bienhechor era una persona mayor, educada y sencilla. Así emprendimos viaje con el corazón henchido de agradecimiento. Pero de nada sirvió y el corazón se quedó frio ante la realidad. Todas las calles y vericuetos que podían llevar a la estación del ferrocarril, estaban cerrados. No había manera de obviar las prohibiciones guardadas fielmente por la policía municipal. Y no sirvieron las miradas y las palabras suplicantes: no se pasaba. Así que nuestro querido conductor empezó a dar vueltas por todo Ourense en busca de un resquicio por el que pasar, pero ya era tarde: el tren nos había dejado en tierra.

Nuestro buen samaritano no tuvo valor de dejarnos en la calle cargadas con el equipaje y así vimos Ourense desde el coche, calle a calle, unas dos horas, hasta que todo se despejó. El señor, que había proyectado ir a su finca, hubo de contentarse con nuestra conversación, y el tercer grado que le aplicamos. Al final unos y otros nos contamos nuestras vidas como si fuésemos participes de ellas desde siempre. Fueron dos horas vividas entre amigos extraños, en un coche que nos conducía a la nada, como viajeros del tiempo, no sideral, sino de un Ourense cerrado a cal y canto. Dos horas en las que el destino nos unió en una aventura sorprendente y casual, pero llena de esperanza en la bondad humana.

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