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Aranceles en el aire y debilidad europea

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Un tribunal de apelaciones de EE UU declaró ilegales la mayoría de los aranceles globales de Donald Trump, pero las tarifas siguen por ahora vigentes. Mientras, Bruselas pactó un acuerdo desigual.

Exterior del Banco Central Europeo.
Exterior del Banco Central Europeo.

La guerra comercial entre EE UU y la Unión Europea ha entrado en una fase de tensión e incertidumbre. Un tribunal de apelaciones estadounidense ha declarado ilegales los aranceles globales que Donald Trump impuso invocando poderes de emergencia, pero la Administración republicana ha reaccionado apelando al Tribunal Supremo y manteniendo las tarifas en vigor hasta, al menos, mediados de octubre. Bruselas, por su parte, ha optado por una estrategia de concesiones que la deja en una posición incómoda y con escaso margen de maniobra.

El acuerdo alcanzado entre la Comisión Europea y Washington permite que los productos estadounidenses entren en el mercado comunitario sin pagar aranceles, mientras que la UE acepta gravámenes del 15% de media sobre sus exportaciones industriales y hasta del 50% para el acero y el aluminio. Algunos sectores, como el aeronáutico, los semiconductores o determinados productos agrícolas, quedan exentos, pero la asimetría es evidente. Europa cede, EE UU cobra.

La UE abrió su mercado y aceptó aranceles del 15% para sus exportaciones a EE UU y hasta del 50% para el acero y el aluminio

La UE, además, se ha comprometido a desembolsar 750.000 millones de dólares en gas natural estadounidense, a invertir 500.000 millones en su economía y a adquirir grandes volúmenes de armamento de empresas norteamericanas. Bruselas defiende que la ausencia de represalias evita una escalada proteccionista, pero las concesiones abren un debate profundo sobre su autonomía estratégica y su capacidad de negociación.

Desde un punto de vista económico, la estrategia europea tiene cierta lógica: responder con aranceles habría perjudicado a los propios consumidores comunitarios, incrementando precios y presionando al alza la inflación. No replicar las tarifas permite que el Banco Central Europeo mantenga una política monetaria más laxa, incluso con posibles recortes de tipos. En este sentido, el coste inmediato recaerá sobre los consumidores estadounidenses, que pagarán precios más altos por los productos importados.

Pero desde el plano geopolítico, la lectura es distinta. Bruselas ha aceptado un acuerdo desigual sin activar mecanismos anti-coacción ni sumar aliados para hacer frente a la estrategia proteccionista de Trump. La incapacidad para articular una respuesta común con otros socios comerciales refuerza la percepción de debilidad europea y aumenta la dependencia de Washington, no solo en energía, sino también en defensa y tecnología.

El riesgo, además, es que esta cesión marque un precedente. Si Trump percibe que puede imponer aranceles elevados sin encontrar resistencia, es probable que en los próximos meses aumente la presión sobre sectores estratégicos, como el farmacéutico o el de los semiconductores. Bruselas, que buscaba estabilidad, podría encontrarse con nuevas exigencias en otoño.

Las consecuencias internas para la UE también son desiguales. Los grandes perjudicados serán Alemania, Italia y otros países exportadores del norte y centro de Europa, cuyos sectores industriales soportarán el peso de los nuevos gravámenes. España, menos expuesta en términos de volumen, sufrirá un impacto moderado, aunque el aumento de costes logísticos y energéticos podría encarecer determinados productos.

Tampoco está claro que todos los compromisos europeos lleguen a materializarse. La Comisión Europea no puede obligar a las empresas privadas a invertir en EE UU, y el volumen real de compras de gas podría ser mucho menor de lo pactado.

@J_L_Gomez

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