Manuel Baltar
Belfast child
Madrugó. Salió a la calle con sus auriculares a tope con los primeros compases de “Belfast Child”. Y pensó que estaba en la ciudad correcta. Había visto a Jim Kerr entonando ese hit con su banda en el “Paco Paz”. Los Simple Minds llegaron de Glasgow para teñir del mejor rock-pop aquella noche y ahora le acompañaban mientras rememoraba momentos, personas, comercios, olores y gotas de lluvia con un lazo de regalo consistente en los termómetros a más de cuarenta y los bollos de leche de “Ramos”.
Recordaba cómo la tecnología nos había colonizado y atontado paralizando nuestra capacidad mental
Ahora las franquicias inundaban la calle, ni rastro de “ibenses” ni “cortijos” ni “hot huts”. Los cines se habían convertido en tiendas de ropa y ya no sonaba el reloj de la Torre, que incluso daba los cuartos. Pisaba el mismo pavimento que Risco y los artistiñas, los coches ya no invadían la calzada por donde rampas eléctricas facilitaban el ascenso o impedían el ejercicio de los peatones, según se mire. El río seguía sin ser navegable pero tenía varios puentes más. Habían pasado varios alcaldes, alcaldesa ninguna… los placeros no estaban en la plaza y el edificio del colegio universitario estaba abandonado porque su contenido se había multiplicado y generó un campus.
Recordaba cómo la tecnología nos había colonizado y atontado paralizando nuestra capacidad mental. Antes teníamos memorizados teléfonos, matrículas, fechas… incluso preguntábamos, y acertábamos, para llegar a cualquier sitio sin necesitar una máquina que nos asistiera. Quizás, masculló, éramos más libres. Ningún algoritmo nos recomendaba nada. Eran nuestros amigos, familiares, profesores… porque hablábamos y escuchábamos. Pensaba en la frase que repetían sus mayores cuando era niño: “La televisión es un medio de incomunicación familiar”… y se apagaba cuando el almuerzo o la cena. Esos mayores no se creerían que hoy cada comensal tiene una televisión en la mano, encendidas a la vez, comiendo y cenando... El caos del aislamiento personal. Puro consumismo.
Escuchábamos un LP (¿qué será eso? dirán muchos hoy) entero, leíamos un libro o veíamos una película sin interrupciones. Teorizó que seguramente las series han acabado con el mejor cine, sin poner en solfa los medios técnicos que evidentemente son mejores. También concluyó que lo artificial no es solo la inteligencia sino casi todo lo que vemos y devoramos sin ton ni son. Su profesor, con dieciséis años, le había animado a leer “La montaña Mágica” de Thomas Mann y “Bomarzo” de Mujica Láinez… hoy sería ciencia ficción porque el docente ya no es referencia intelectual para el alumno, quien tampoco posee la curiosidad por conocer, comparar y formar criterio.
Se reía cuando se preguntaba dónde estaban los niños sin móvil, los balones en la calle o los juegos en el parque en una época donde nadie estaba geolocalizado y aventuraba lo poco que quedaba para pedir permiso para respirar. Era como pagar para aparcar en la calle. Habían desaparecido las cabinas telefónicas, cerca de constituir vestigios de otra era. Los Bancos eran salas de exposiciones pero el agua continuaba manando de As Burgas a 67 grados. Había más comercios “chinos” que farmacias, y bastante más cercanos entre sí. Incrementó el volumen de su reproductor y aleatoriamente sonó “Arizona Sky” de los China Crisis. Nuestro cielo, ese sí, seguía siendo el mismo. Y llegaba otra Navidad.
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