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Simone Biles es extraordinaria. La gimnasta estadounidense es una de las grandes estrellas de los Juegos Olímpicos y una de las mejores de la historia del deporte.
También es extraordinaria fuera del gimnasio. Una verdadera heroína por superar retos en su vida, insuperables para muchos. ¿Cómo encajar que tus padres son drogadictos y te venderían por unos gramos? ¿Cómo sobrellevar una adolescencia llena de sacrificios y exigencia para mostrar tu increíble talento? ¿Cómo asumir que el médico de tu selección, el despreciable Larry Nassar, se aprovechó de tu confianza y te abusó sexualmente?
Biles es una joven de 24 años, familiar, católica creyente, que adora a sus abuelos -sus verdaderos padres- y es sensible a todo lo que rodea. Es humana, aunque parezca perfecta sobre el tapiz.
Y no atraviesa su mejor momento, como demostró su sorprendente abandono en la competición por equipos. Pese a los demonios que rondarían su cabeza, es digno de alabar su presencia y ánimos al resto del equipo, más la felicitación al victorioso conjunto ruso. Fue ejemplar.
Biles parece enviar señales de agotamiento mental, de una autoexigencia dañina. Si eso es así, necesita con urgencia descanso y tratamiento. Las medallas y la competición son ya secundarias.
Admiramos y deseamos a la mejor gimnasta Biles, pero mucho menos que a la increíble Simone. Nuestra heroína
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