Un cada vez más crudo invierno demográfico

Publicado: 24 jun 2024 - 04:31 Actualizado: 24 jun 2024 - 18:47

El dato es de lo más preocupante porque denota que en Galicia, como en otras latitudes del mundo civilizado, estamos padeciendo un auténtico invierno demográfico que no hace más que recrudecerse. Los gallegos-gallegos, los aborígenes, somos cada vez menos. Vamos camino de la extinción. Resulta que en nuestra comunidad nacen cada día, de media, quince niños menos que hace diez años. Entre el 1 de enero y el 31 de marzo de este año vinieron al mundo en Galicia un total 3.326 bebés, frente a los 4.696 que habían nacido en el mismo período del 2014. Ahora nacen más varones que mujeres, aunque eso tal vez sea lo de menos, en una situación tan dramática como esta. Y las mujeres gallegas, que ahora tienen estadísticamente poco más de un hijo cada una, son madres a edades cada día más avanzadas, porque así lo deciden libremente. Ya son muy pocas las que dan a luz por debajo de los treinta años. Y con veinte o menos, casi ninguna.

Las ayudas económicas directas, como el apoyo a las mujeres y a las parejas que quieren ser madres y padres, no funcionan en la medida en que no sirven -por lo visto- para que se decidan a tener descendencia quienes se lo están pensando.

Como ocurre desde hace años, y no parece que la tendencia vaya a cambiar, la cifra de nacimientos en Galicia es muy inferior a la de defunciones, lo que se traduce en un descenso constante e imparable de la población. Porque es que, por otro, la llegada de inmigrantes, de los que vienen de fuera incluso ya con hijos, a diferencia de lo que ocurre en otras comunidades, en el caso gallego no compensa la diferencia entre las personas que nacen y las que mueren. De acuerdo con los últimos datos oficiales, Galicia consiguió recuperar población tímidamente gracias a la llegada de personas foráneas, parte de ellas gallegos de tercera o cuarta generación, que vuelven a la tierra de sus mayores gracias a los programas de ayudas al retorno de la Xunta. En eso también influye, claro está, la pésima situación económica y social de los países donde viven, en particular de América Latina.

Como ocurre desde hace años, y no parece que la tendencia vaya a cambiar, la cifra de nacimientos en Galicia es muy inferior a la de defunciones, lo que se traduce en un descenso constante e imparable de la población.

Estos datos que se hacen públicos regularmente y que dibujan un panorama muy negro para nuestra supervivencia como comunidad, como grupo humano, evidencian también el rotundo fracaso de las llamadas políticas natalistas o pronatalistas, que siempre han estado en tela de juicio por parte de los expertos en demografía. Las ayudas económicas directas, como el apoyo a las mujeres y a las parejas que quieren ser madres y padres, no funcionan en la medida en que no sirven -por lo visto- para que se decidan a tener descendencia quienes se lo están pensando. En la imparable caída de nuestra tasa de fecundidad pesan otras factores, no sólo económicos, que son los que en mayor medida condicionan este tipo de decisiones vitales. Tienen que ver con los valores y los nuevos estilos de vida.

Para algunos especialistas, la baja natalidad responde a la libertad de decisión de las mujeres de hoy, que con su empoderamiento han conquistado un elevado nivel de autonomía personal. A diferencia de sus madres y no digamos de sus abuelas, están en condiciones de decidir por ellas mismas en casi todos los órdenes, incluyendo la maternidad. Es un signo de los tiempos, un síntoma de modernidad. Piénsese que este problema de que apenas nacen niños no lo tenemos solo en algunas zonas España o en la Europea mediterránea, no es algo exclusivo de los países menos ricos. También lo sufre la Europea del Norte, próspera y socialmente avanzada. En eso estamos casi empatados. En eso y en suicidios. Aunque, bien pensado, la renuncia a tener hijos por parte de las generaciones que están en edad de procrear constituye, en cierto modo y no tan a la larga, un suicidio colectivo.

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