La casa de la cadena

LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ

Publicado: 02 jul 2025 - 05:05

La casa de la cadena
La casa de la cadena

Para algunos es la casa renacentista más especial de Auria. Al parecer, el relieve de su fachada, esas manos que agarran una cadena de piedra, fueron talladas para demostrar el privilegio de haber alojado allí a algún miembro de la familia real. Quién sabe. A mí me gusta pasar cerca y dedicarle un pensamiento, al edificio, claro, no a la familia real. Aunque se la vea humilde, embutida entre otras casas, es un caserón soberbio, que tendría bodega, dos pisos y una huerta en la parte de atrás. Está en la calle Lepanto, antigua calle de la obra, de cuando todo esto eran andamios y canteros para construir la catedral. Porque es su vecina por la puerta norte, la única puerta honrada de paso libre, ahora que han convertido la catedral en una golosina frívola para turistas. La casa de la cadena es también vieja confidente del palacete renacentista de los Méndez, que después fue colegio antes de que lo asesinaran dos veces, una con una reforma que removió todo su interior y dejó la fachada como un pellejo sin significado y la otra, más reciente, cuando alguien también insignificante cerró sus puertas como sitio de cultura. Pero hablamos de la casa de la cadena, que así se la ha llamado siempre, que tiene dos puertas con pequeños arquitos respingones y un encintado de cal tirado a soga. Ya no se consigue ver nada de la primera planta, envuelta en una lona de obra y mucho menos de la segunda planta, que ha desaparecido completamente, tejado incluido. En la parede medianera se puede ver el naranja terrible de la espuma de poliuretano, ese aislante industrial que sella muros y engendra tumores.

Este lugar fue una tasca en tiempos recientes. No he llegado a conocerla, pero mis hermanos sí cuentan de la Paca, una vieja con las manos torcidas de artrosis que se enfundaba en bolsas de plástico para sacar cervezas de la nevera. La chavalada había llevado un tocadiscos y allí sonaban Leño y Dire Straits como si estuvieran en su casa, porque el bar de la Paca era su casa. Fueron los últimos tiempos de una bodega que había sido lupanar hasta que allí sucediera un crimen terrible, trágicamente clásico, de prostituta muerta por arma blanca a manos de un enajenado. Si uno mira mucho consigue leer las letras de bar en la piedra enferma. Y si insiste, tal vez consiga ver a la Paca y a las demás mujeres que la precedieron.

La casa de la cadena es otra caries más en la ciudad vieja, un futuro solar cuando termine por caer de desidia su fachada. O peor, que alguien la restaure sin respeto y la transforme en algo horrible. Su cadáver es un recordatorio del estado de abandono de Auria. Una advertencia de los destinos de las ciudades, que requieren de pensamiento y proyecto, de visión y de empuje, pero cuando de todo se carece flotan a la deriva hasta hundirse. En cualquier lugar sensible le devolverían su gloria porque no hace falta ser muy listo para comprender que el patrimonio no se inventa y que el pasado heredado requiere un pacto de honor. La casa de la cadena es también importante porque encarna el fin de una era. La calle Lepanto, que hasta ayer era un lugar para el encuentro de los vecinos, de la ruta de vinos por bares modestos, se ha transformado en una odiosa terraza única, paleta, de centro comercial, para que abreve gente sin nombre a cambio de comida de aluvión. Son los tiempos que tocan. Qué le vamos a hacer.

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