Cine y redes

Publicado: 10 mar 2025 - 10:29

De pequeña los indios me daban miedo. Siempre atacando a los pacíficos colonos, matando gente que solo quería empezar una vida nueva, imbuida de todas las bondades imaginables. Así lo veía una y otra vez en aquellas viejas películas del Oeste americano, con héroes sacrificados que se jugaban la cabellera. Solo admitía una excepción, el apache Winnetou, personaje nacido del escritor alemán Karl May. Pero solo era uno. Por supuesto que también me convencieron que en la Segunda Guerra Mundial los soldados americanos fueron los únicos que lograron liberar al continente europeo. No debió haber ningún otro ejército. Y lo buenos que fueron estos hombres valerosos en Vietnam, donde su moral y ética estuvieron siempre muy por encima de las de los propios vietnamitas. Me convencí de que la CIA salvaba el mundo. En aquellos años de dos canales de televisión, también soñé con ese gran país en el que todos los sueños podían ser, partieras de donde partieras. Poco que decir de las mujeres que poblaban esas pantallas, casi siempre agrupadas en dos categorías: las malvadas que no seguían las reglas impuestas y casi siempre recibían el merecido castigo y las que se enamoraban cándidamente como mandaban las buenas normas, anhelando ser buenas y abnegadas esposas y madres. Así de poderosa puede llegar a ser la colonización cultural. Varias generaciones de niños creímos que el mundo era así de simple: había buenos y malos, siempre los mismos, fácilmente identificables, sin matices.

Crecer, estudiar, leer y una gran curiosidad nos ayudó a descubrir las grandes mentiras que nos empaparon. Al mismo tiempo encontramos otro cine. Otros puntos de vista, otras realidades, historias de sombras y luces y más verdades. Entendimos qué se estaba vendiendo y por qué. Intuimos quien ganaba y quienes perdían con estos relatos interesados. Y con ese conocimiento, seguimos disfrutando de todo el cine, pero con la ventaja de conocer las costuras.

Ahora son las redes sociales quienes ofrecen esa ventana engañosa que desfigura los hechos comprobados de la historia. Son las que dan soporte a voces y rostros que se hacen conocidos manteniendo relatos maniqueos, mentiras y mensajes moralistas del pasado. Son sus dueños los que buscan réditos de poder y dinero ilimitado, manipulando y tergiversando. No son nuevas las razones, sí los vehículos. Mucho más veloces, más anónimos, más accesibles, menos controlables y cada vez más impunes.

Cabe esperar que esos dóciles y adictos consumidores, que no marcan límites, despierten del letargo. Que intuyan el peligro para sí mismos, si no les importan los demás y que llenos de curiosidad busquen, estudien y analicen con la mente abierta para reconocer lo qué es real. Que dejen de ser seguidores que contribuyen al engorde de maquiavélicas cuentas. Tal vez así se pueda frenar esta espiral destructiva y violenta.

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