Cuando conocí en Ourense al jesuita Foyaca de la Concha, profesor de Castro

HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL

Publicado: 23 sep 2025 - 00:05

Fidel, de joven, y un dibujo de su preceptor jesuita.
Fidel, de joven, y un dibujo de su preceptor jesuita. | EP

Hace 53 años, siendo yo un joven periodista que daba los primeros pasos en el mundo de la radio, pude conocer al padre Foyaca de la Concha. Era ya un hombre mayor, un viejo jesuita del Colegio de Belén, en Cuba, donde estudiaba la élite de la burguesía cubana y los ricos en general. Allí fue donde se educaron los Castro. Fue, pues, una ocasión única de alguien de tal perfil. El padre Foyaca conocía bien a Fidel y de él me habló mucho en una entrevista en Radio Popular que lamento no conservar. Y, sobre todo, me reveló algunas curiosidades llamativas. El joven Castro leía a José Antonio Primo de Rivera, como lo oyen, pues le agradaba la doctrina revolucionaria del fundador de la Falange. Me dijo Foyaca que Fidel era inteligente, inquieto y enormemente noble. En una ocasión en que se hizo una requisa de armas en el colegio le hallaron una pistola y él entregó una segunda sin que nadie se lo pidiera.

El viejo profesor hablaba con cariño de sus recuerdos, pero le dolía el rumbo que había tomado luego la revolución que tantas esperanzas despertara. Recuerdo que al regreso de las vacaciones de aquellas Navidades y Reyes de 1958 y 1959, los chavales del Instituto Masculino de Lugo celebramos la entrada de Fidel en La Habana con gran alborozo. Incluso más tarde llegamos a cantar aquella copla: “Dicen los americanos que Fidel es comunista, si Fidel es comunista queme apunten en la lista que quiero ser como él”.

Pero también descubrimos otra faceta de la revolución cuando empezamos a conocer otras historias de los que iban retornando. Eran chicos como nosotros, hijos de emigrantes asentados en Cuba cuyos negocios habían sido expropiados y que volvían con lo puesto. No lo entendíamos bien. Ya en Ourense tuve como vecino de la casa de mis padres a un antiguo empresario maderero, con una hija. La chica me contó que, dado que no se podía sacar nada de oro del país, al subir al barco, un “barbudo” le arrancó la cadenita de oro que llevaba. Su padre contaba con sorna que esperaba que por lo menos ahora, los cubanos trabajaran todos los días.

Tuve otras ocasiones de conocer a personajes de lo más diverso que conocieron a Fidel y a su familia

Según su experiencia, la mitad de su plantilla eran emigrantes españoles y el resto cubanos. Los viernes o sábados pagaba el jornal, pero los lunes sólo volvían a trabajar los españoles; de modo que tuvo que organizar la producción en dos fases: una semana, la plantilla completa, y la otra, la mitad, pues los cubanos volvían al tajo cuando agotaban el dinero. Se puso de moda una cantinela que surgió a raíz de la expulsión de Cuba de comunidades religiosas que decía: “¡Monja vestida de blanco, y cura que no corta caña, pa España!”.

Tuve otras ocasiones de conocer a personajes de lo más diverso que conocieron a Fidel y a su familia, incluso a un antiguo compañero de su padre, un latifundista, por cierto, de quien se contaba su habilidad para mover los mojones de los lindes de sus fincas para ir ganando terreno. Pero puede que fuera una leyenda. La evolución de la Revolución y sus diversas fases siempre me han producido sentimientos contradictorios. Todos nos alegramos de que Castro, como dice la canción de Carlos Puebla y sus tradicionales (a quienes conocí) “llegó el comandante y mandó a parar” y barrió de Cuba a la Mafia y sus casinos; pero sin negar los avances en educación y sanidad, la miseria general del pueblo cubano (de la que se culpó al embargo americano) siempre nos ha conmovido. Pero del mismo modo, testimonios como el del comandante Huber Matos (casi medio siglo en la cárcel por mandar una carta a Fidel apartándose de la revolución, (asunto que ha dado lugar a un miserable reportaje lleno de mentiras que se puede ver en youtube) revelan la grave deriva del régimen que tantas esperanzas despertó en todo el mundo (recomiendo el libro de Matos “De cómo llegó la noche”). Sobre este libro escribe Diego García: “Resulta conmovedor y ejemplar, no sólo desde el punto de vista literario, de su lenguaje llano y claro, de su inmediatez, de su veracidad y de su valentía, sino por su absoluta falta de rencor y del hecho de no lamentarse jamás. No hay una línea en la que se queje o compadezca absolutamente de nada. Sigue siendo, como escritor, un verdadero hombre de guerra, de los que aguantan de verdad. Literariamente hablando, el libro puede leerse como una novela y lo es de algún modo. No hace falta conocer nada de historia, y podría ser una ficción. Mérito más que suficiente para quien se adentre en sus seiscientas o más páginas. Pero cuando se lee como un testimonio, es decir, como lo que vivió el hombre que lo escribe, resulta, más que conmovedor, desgarrador”.

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