Xosé González Martínez
Cartas a meu pai
1 Condenar a inocentes. En estas ciudades de coches, donde el calor se alía con el hormigón, necesitamos árboles grandes y sabios. Árboles para pagar todos los pecados civilizatorios de los hombres. Talar ejemplares viejos y no fundar bosques nuevos es perpetuar el desierto y acelerar el apocalipsis.
2 Lugares de ruidos. Donde el jardinero, el más sagrado de los oficios, se ha convertido en un operario robótico que maneja aparatos infernales.
3 Especies bobas. Hasta ayer, los jardines eran la expresión poliédrica de almas sensibles. Bosques complejos y pequeñas selvas con parterres bien pensados y exotismos que calman el alma y avivan el pensamiento. No se pueden permitir jardincillos de hormigón con arbolillos clónicos, raquíticos y podados como pequineses.
4 Jardineras especulantes. Cuando el suelo se cubre de hormigón, nada puede prosperar. Y se intenta engañar al transeúnte con alguna golosina verde como jardineras con flores de pelotazo y arbolitos benjamines condenados a ser bonsais. Una estupidez carísima y sin futuro que pagamos todos.
5 Alergia a lo salvaje. Un jardín urbano debería ser libre e indomeñado. Los caminos, de zahorra; los árboles, descomunales; la hierba, natural. Todo lo verde debería crecer soberanamente llevando a las necesitadas almas urbanas la salvación y la vida. Los jardineros actuarán únicamente para que todo esté saludable y ninguna rama caiga sobre las cabezas. Prohibido talar.
6 Arriates de Excel. Que no son jardines barrocos, sino el intento de naturalizar lugares artificializados para siempre.
7 Incautos que deciden. Dejarle una motosierra a un operario sin formación en jardines es la puerta abierta para arboricidios y podas inclementes que hacen del árbol muñón. Faltan poetas en las corporaciones.
8 Letras de Instagram. No hay mayor paletada que las enormes letras del poblacho de turno atragantadas en un seto para hacerse una foto junto a ellas. Moderno y educado es el lugar que no ha entrado en este juego de gañanes.
9 Cemento sobre tierra. Un jardín es algo sagrado, un lugar donde habitan dioses y se libra a la naturaleza del forzamiento artificial de los hombres. Asfaltarlo todo, talarlo todo y hacer del parque una cosa dura con sombra de consolación es no comprender la complejidad de lo vivo y condenar a sus habitantes a la artificialidad.
10 Ausencia de conmoción. La gran enfermedad de los jardines son los que deciden sobre los jardines. Quien no entiende la medicina del bosque, quien no camina sobre la tierra, quien no ha cultivado la emoción de la naturaleza en su corazón multipantalla no será capaz de entender el vínculo esencial de nuestra especie con la gran vida del afuera. Habría que mandar a los dirigentes a curarse con geosmina y clorofila. Sólo desde la fascinación por la vida se puede respetar y multiplicar la vida.
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