Berto Manso
LA OPINIÓN
Sin puntas no hay victoria
Dos muertos en menos de un mes. Uno apareció en un edificio de Sáenz Díez, en plena Navidad, mientras la ciudad estaba a lo suyo. El otro, días antes, en un inmueble abandonado de As Caldas. Dos hombres, dos historias distintas y, al final, el mismo final: soledad, deterioro, una vida que se apaga fuera de plano.
En el suceso de As Caldas alguien le dejó unas flores y una pancarta. Ponía: “aquí deixamos morrer parte de nós”. Y no se me quita de la cabeza. Porque es eso. No es una frase bonita. Es una acusación directa. Y también un retrato: aquí dejamos morir, sí. Y lo hacemos con una mezcla de costumbre, cansancio y esa manera tan nuestra de pasar página rápido.
En Ourense hay gente viviendo en la calle, o en sitios peores que la calle. Y lo sabemos. Los vemos. Los esquivamos. A veces hasta les ponemos etiqueta para no complicarnos: “están así porque quieren”, “son conflictivos”, “ya los ayudan”, “siempre estuvieron”. Cualquier cosa vale con tal de no mirar demasiado. Y mientras tanto, el problema crece y se pudre, hasta que lo identifica la Brigada Provincial de Policía Científica.
Y lo más tremendo es el contraste. Porque la ciudad sigue, como si fueran dos Ourenses distintas. La de las prisas, las compras y las luces; la del centro a rebosar estos días, terrazas, gente arriba y abajo, y esa sensación de “normalidad” que casi anestesia. Y la otra: la que duerme en portales, la que arrastra bolsas, la que tiembla en un banco, la que un día deja de moverse y nadie lo nota.
Lo de la pancarta debería dolernos de verdad. Porque tiene razón: si dejamos morir a esta gente, también se muere algo en nosotros.
Lo de Sáenz Díez no fue un “suceso”. Fue el resultado lógico de una ciudad que no pone lo básico. Seguimos sin un albergue de baja exigencia, que es justo lo que hace falta para quienes no encajan en recursos más rígidos. Porque no todo el mundo puede cumplir horarios, normas, trámites, papeles… Hay gente rota, con adicciones, con trastornos, con años de calle encima. Y si el sistema solo ofrece puertas con condiciones imposibles, lo normal es que se queden fuera. Y fuera se enferma. Y fuera se muere.
También falta coordinación, y eso lo dicen desde hace tiempo los que tienen que intervenir cuando todo estalla. El SUP lleva insistiendo en que no basta con ir, calmar la situación y “arreglarlo como se pueda”. Haría falta una respuesta socio-sanitaria real: equipos preparados, protocolos claros, atención urgente social, recursos específicos. No improvisación. No parches.
Porque lo que tenemos ahora es un bucle: alguien está mal, se llama a emergencias, se mueve a la persona, se apaga el incendio y al día siguiente vuelve a empezar. Y cuando vuelve a empezar, cada vez es peor. Hasta que un día ya no hay llamada. Solo un cuerpo.
Y luego hacemos el teatro: “qué pena”, “qué triste”, “cómo puede pasar esto”. Puede pasar porque pasa. Y porque no se corrige. Porque, por duro que suene, Ourense no reacciona. No reacciona el Concello con recursos suficientes. No reacciona la ciudad como sociedad, porque preferimos vivir como si esto no fuera con nosotros. Y no reacciona nadie hasta que la muerte obliga.
Lo de la pancarta debería dolernos de verdad. Porque tiene razón: si dejamos morir a esta gente, también se muere algo en nosotros. Se muere el mínimo de decencia, de responsabilidad compartida, de humanidad. Una ciudad no es sus fiestas, ni sus luces, ni su centro a rebosar estos días. Una ciudad es cómo trata a los que no tienen nada.
Y ahora mismo, en Ourense, a los que no tienen nada se les está dejando caer. Y cuando caen del todo, entonces sí: nos enteramos. Pero ya tarde.
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