Jenaro Castro
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Con cierta frecuencia se habla del “desperdicio” que hacemos formando personal médico o de enfermería y enviándolos (es un eufemismo, porque se van porque no les ofrecemos en muchas ocasiones una carrera digna o salarios dignos en España) al extranjero a buscarse la vida. Lo mismo ocurre con ingenieros y graduados de todo tipo. Pero poco se habla de la diáspora científica. Para ser científico en España hay que cursar o realizar, de forma continuada, un grado universitario, un master de investigación y un doctorado. El coste que supone para nuestro erario público formar un buen científico (suponiendo que lo cursa todo en el sistema público) del orden de 400.000 euros (considerando el esfuerzo presupuestario de las comunidades autónomas de las universidades públicas o del Estado en convocatorias de formación de personal investigador o de proyectos que financian personal investigador). Esta cantidad puede ser algo superior o inferior, dependiendo de la universidad y del tipo de doctorado. O muy superior si consideramos un doctorado en Ciencias experimentales, que necesita la utilización de equipos (a veces millonarios), materiales fungibles, estancias de investigación, costes de publicación y difusión en congresos y tiempos empleados por supervisores, técnicos y gestores, entre otros gastos. RAICEX (la Red de Asociaciones de Investigadores y Científicos Españoles en el Exterior) estima en una cantidad superior a 40.000 los científicos que están trabajando en el extranjero insertados en los sistemas de ciencia o universidades de otros países. Tirando por lo bajo, la formación de esos científicos, de la que se aprovechan otros países, ha costado 16.000 millones de euros. No voy a hacer el esfuerzo de convertir ese dinero en “talento”, pero lo cierto es que estamos regalando toneladas de talento a otros países. ¿Puede un país como España permitirse esto? ¿Podemos permitirnos regalar tanto talento a países con los que competimos en muchos ámbitos? Yo pienso que no. En una ocasión tuve la oportunidad de escuchar, en privado, a un Presidente de la “National Science Foundation” de EEUU -la mayor agencia del mundo financiadora de ciencia-, presumir de que tenían cuantificado que la principal fuente de financiación de ciencia en EEUU era el capital humano investigador que llegaba a EEUU para investigar en sus universidades y centros de investigación formados gratuitamente por otros países (como por ejemplo España). Hoy estamos financiando además, de esta manera, a Francia, Alemania, Paises Bajos,… Miles de millones de euros, toneladas de talento.
Lo más grave es, que según RAICEX, el 80% de estos investigadores, volvería a España si hubiera una oferta económica razonable y un entorno investigador similar a lo que ahora tienen. ¿Y porqué no vuelven? Si sumamos todas las convocatorias de talento que existen en España (programas ATRAE, Ramón y Cajal, ICREA, IKERBASQUE, Cesar Nombela…), la oferta es inferior 1.000 plazas por año. Si tenemos en cuenta que muchas de esas “posiciones” las ocupan candidatos que ya están en España, o extranjeros que también concursan, necesitaríamos más de un cuarto de siglo para retornar una pequeña parte de nuestros mejores científicos de la diáspora, en el mejor de los casos. Entre los últimos diez años y los próximos 10, se jubilan más de 15.000 profesores permanentes del sistema público universitario y una cantidad similar de científicos del CSIC y otros centros del estado (todos los que entramos en los años 80, la generación “babyboomer”). ¡Qué gran oportunidad perdida para haber retornado a un buen número de científicos de nuestra diáspora! Pero nadie ha pensado en esto (y no porque no se haya repetido hasta la saciedad en diversos foros): ni ministros, ni consejeros, ni gabineteros,… Nuestro sistema de concursos/oposición, que están siendo utilizados para cubrir todas estas plazas, sigue siendo totalmente hostil “para los que están fuera” (una manera bonita de decir que siguen siendo endogámicos hasta límites insospechados). Es muy difícil para alguien que está fuera de nuestro sistema de I+D, entrar en el sistema, aunque fuera el mismísimo Ramón y Cajal. Uno de mis bisabuelos, Rafael Requena Alemany, hizo una brillante tesis dirigida por Ramón y Cajal, que le envió de Posdoc a París (¡finales del siglo XIX!). Cuando volvió no puedo dedicarse a la Ciencia, ya entonces el sistema no aceptaba a los que se iban, y se ganó la vida como médico en Arjonilla. Del que “inventen ellos” de Unamuno al “que inventen los nuestros que andan por ahí” que podríamos decir hoy, a costa de nuestro esfuerzo en formación y para que se beneficien terceros países. Y como también decían muchos personajes de Forges: ¡País!
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