Jenaro Castro
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RECORTES
Desde loa psicólogos hasta los consejeros políticos e incluso los expertos en disciplinas deportivas insisten en que es más difícil saber perder que saber ganar, y en esa materia hay en el terreno del espectáculo respuestas para todos los gustos desde la elegante acepción de una derrota que Carlos Alcaraz reconoció humildemente maltrecho y pesaroso por su pobreza en el juego, hasta Vinicius que se cabrea incluso cuando gana y nada menos que al Barcelona que es su rival tradicional. La derrota, el fracaso personal, los errores, son factores impredecibles que cuando se produce especialmente en la función pública y en el ejercicio del poder, han de acarrear consigo no solo la acepción de la culpa sino las consecuencias de una gestión deficiente. Cuando se es un servidor público y se cometen equivocaciones las equivocaciones cuestan caras y hay que pagarlas.
La Dana de Valencia se ha llevado por delante a 220 personas ocasionando una espantosa tragedia cuyas profundas heridas no han sido restañadas un año más tarde y la responsabilidad de Carlos Mazón y su errático comportamiento recuerdan profundamente lo que pudo hacerse entonces y lo que seguramente no se hizo. Hay en este escalofriante escenario una responsabilidad compartida que no es justo asuma en su totalidad el presidente de la Generalitat valenciana, pero ese cúmulo de dudas, titubeos y desajustes horarios convierten al político valenciano en un personaje invalidado para seguir ejerciendo su puesto si bien es muy probable que en su compañía deberían ir detrás muchos otros no solo del gobierno regional sino de la Administración General del Estado. La gestión de la avalancha se ha manifestado como un cúmulo de errores y mezquindades que afectan a unos y a otros y que señalan no solo a Mazón y sus múltiples versiones del horario de trabajo que desarrolló el día fatídico con el broche de la comida y la despedida en el aparcamiento del restaurante, sino al propio presidente del Gobierno que fue recibido en la zona del siniestro a palos por su desidia y su soberbia. Huyó de allí aterrado y dejó tirado al rey Felipe que fue el único que aguantó a pie firme. Mazón por su parte es ya un cadáver político que debe marcharse. Feijoo mismo le ha abierto la puerta. A buen entendedor pocas palabras bastan.
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