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Quizá fuera porque se encontraba en tierra conquistada, o porque sintiera nostalgia de sus años de presidente gallego en los que encadenaba mayorías absolutas, el caso es que Alberto Núñez Feijóo volvió a dar la imagen de político moderado con la que llegó a Madrid para hacerse cargo, por aclamación, de un partido político en horas bajas tras la defenestración de Pablo Casado. Su intención era la de hacer política para adultos, tratar de llegar a acuerdos -aunque pretendía imponer el programa electoral de su partido- y convencer sin insultar.
Tan nostálgico del pasado se encontraba Feijóo en Cambados que afirmó que no venía “a alimentar trincheras sino a tender puentes”
El pasado domingo, en Cambados, Feijóo habló de que es posible “otro clima político, donde haya más respeto y menos ruido, más acuerdo y menos cálculo, más trabajo serio y menos teatro”. Toda una declaración de intenciones qué si las lleva a la práctica a la vuelta del verano, en efecto, se puede generar un espacio para realizar política de otra forma y bajar el nivel de la crispación y el conflicto.
Después de su durísima intervención contra Pedro Sánchez en el debate sobre la corrupción del PSOE y sus acusaciones de ser beneficiario a título lucrativo de las saunas de su suegro, y en un momento en el que en el PP se ha activado el modo electoral ante la previsión -una vez más- de que se produzca un anticipo de las elecciones, lo más probable es que las buenas intenciones de Feijóo pasen a empedrar el infierno. Tras su alegato en favor de la concordia y el acuerdo, Feijóo se ha tomado unas merecidas vacaciones -sin sobrevalorar- y ha dejado de guardia en la sede de Génova a otros dirigentes populares que no debieron escuchar su mensaje, que han vuelto a hacer política basándose en sospechas por la declaración desde la cárcel de Santos Cerdán, de que no conocía que existiera financiación ilegal del PSOE. Al responsable económico del PP, Juan Bravo, le ha parecido poco contundente, porque el PP busca denodadamente el empate con el PSOE para no ser el único partido condenado por ese motivo. Claro que el propio Feijóo, días antes, había puesto deberes al PSOE para que dirigentes autonómicos asumieran responsabilidades políticas por el fiasco de los currículos falsos cuando a él mismo le había dimitido uno de sus recientes nombramientos en la dirección del PP por la misma causa.
Tampoco se debe dejar pasar por alto el tramo del discurso del líder popular sobre su reivindicación de “una España en la que cabemos todos, independientemente de lo que pensemos, de donde vengamos o de a quién votemos porque sabemos trabajar juntos, brindar juntos y reconocernos en lo mucho que tenemos en común”, lo que se puede interpretar de varias maneras, pero que en lo que respecta al “de donde vengamos” parece un alegato en favor de la inmigración cuando su partido se está mimetizando con Vox con el endurecimiento de su discurso en esta materia y en comunidades autónomas y localidades se adoptan decisiones en comandita con la ultraderecha como prohibir los actos públicos de musulmanes.
Tan nostálgico del pasado se encontraba Feijóo en Cambados que afirmó que no venía “a alimentar trincheras sino a tender puentes”. Qué bueno sería que en la próxima sesión de control al Gobierno o en el próximo debate con Pedro Sánchez no fuera preciso recordarle lo que dijo en la fiesta del albariño, imbuido por el espíritu de su Galicia “alegre y abierta”.
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