Como dos flechas disparadas

Así que voy a nuestro local favorito, dónde cada semana se reúne mi camada de tertulianos. Desde finales de julio, no nos vemos. Pues mira tú, no hay nadie de los míos. El barman me sirve mi vodka habitual. “No se preocupe, aparecerá alguien pronto, el verano ha sido largo y lastimoso”.

Cierto, por ahí entra mi contertulio el psiquiatra, sonriente, no moreno sino negro como el carbón. Me dice: “Acabo de llegar de Marruecos. Fui a llevar a mi invitado saharahui Abde Llah a los campamentos de Tinduf. Quise conocer El Aaiún, mi padre siempre me cuenta de esta ciudad, donde sirvió en las tropas nómadas hasta la entrega del territorio a Marruecos. Mi padre me contó que fue una cobarde y atolondrada huida. Salimos de allí con el rabo entre las piernas”.

Me enseñó fotos de la ciudad cuando él estuvo allí. “Quería venir, pero mejor que no venga porque donde estaban los cuarteles, el cine, el cabaret, no queda ni rastro, apenas algún edificio en ruinas”.

Conocí al padre David, uno de los dos o tres sacerdotes que todavía están allí. “No queda nada de aquello, ya ves mucha basura y hasta el idioma español se está perdiendo”. Me habló de la “marcha verde”, cuando 400.000 marroquíes entraron “pacíficamente” en territorio español. Nuestros políticos lo hicieron muy mal. “A veces pienso que no hay que fiarse y otra “marcha verde” invada la cercana ciudad de Ceuta y la tomen, sin más”.

Qué feliz estaba contemplando la luna llena que tanto impresionó a mi amigo Aquel diciembre del 73 lejos de la parafernalia de la Navidad española

Mi amigo viene impresionado. No para de hablar. Yo le pregunto por el adolescente que tuvo casi dos meses con él.“Es una experiencia muy grata, convivir con estos chicos saharauis. Siempre sonríen y te llenan de cariño. Cuando llegué pensé en proponerle a sus padres que se quedara conmigo, no le faltaría de nada y estudiaría en una Universidad. Pero cuando vi cómo abrazaba a sus padres les escuché: ‘Nuestro hijo será un valiente soldado del frente comisario”, no me atreví a proponérselo. “Sabes, me coincidió un día de luna llena y su familia y yo nos adentramos un poco en el desierto. Cómo te diría, sientes la luna como un latigazo mientras Layla, su madre, nos servía té y pasteles que ella cocinó”.

Mi amigo saca una libreta de bolsillo. “Esto lo recitó el padre de Abde Llah bajo la inmensa luna llena el día antes de marcharme: “El destino nos unió como dos flechas disparadas en direcciones opuestas, nuestro encuentro era inevitable así como nuestra despedida”.

(Tercer vodka. La nostalgia me golpea. No se lo dije, pero ya en 1973 salí yo de Amsterdam en una Commer de un inglés. Te cuento, estaba un poco a la deriva en la céntrica plaza de Damm; leo en el parabrisas de la Commer “vamos hacia el desierto, solo tienes que contribuir con la gasolina”. Negocié y subí a la furgoneta. No te miento, hermano lector, dentro estaban dos ingleses, una americana, una canadiense y dos holandeses. Llegamos a Tan-Tan, a dónde llegaban los camellos cargados de sal. Te juro que aún vi dos tuaregs, quizá los últimos. Montamos nuestras tiendas en pleno Sáhara. Ya de madrugada llegó una patrulla marroquí, entraron con cara de pocos amigos. Nos registraron y, como es la vida, sobre la mesa estaba un hermoso libro, el Corán que leía con mucha fe la canadiense. Entonces todo cambió, se mostraron respetuosos y se fueron. Qué feliz estaba contemplando con mis colegas la luna llena que tanto impresionó a mi amigo aquel diciembre del 73, lejos de la parafernalia de la Navidad española. De pronto, escucho en la radio el atentado de Carrero Blanco, cielo santo, su Dodge Dart voló cuarenta metros. La vida, amigo lector. Estudiante de periodismo, al fin regresé de inmediato. No olvidaré jamás el aliento sagrado de aquellos días del Sahara).