Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Ella solía aparecer cuando él estaba fumando.
Durante el cigarrillo matutino, el que nunca sabe bien pero que se fuma con la misma puntualidad de la ansiedad los domingos.
No importaba el frío, o si en el banco enfrente de la oficina de empleo ya se había sentado alguien. Si estaba lleno él se quedaba allí, de pie. Fumando y observándola. Como si alrededor no hubiese nada más a lo que mirar.
A veces en la vida no importa nada más que estar.
Ella nunca volvió. Fue demasiado el frío de noviembre.
A ella le hacía gracia la manera que él tenía de peinarse. El flequillo ordenado con simetría de arquitecto, la coronilla levantada con el desorden de la siesta. Qué más da, al fin y al cabo, en el espejo nunca se veía la parte de atrás.
Él admiraba su manera de leer. Libros interminables de títulos enrevesados. La postura de la mano izquierda tapando el sol, si es que salía. La derecha arrugada, encogida, con el dolor constante de lo crónico. La piel color membrillo.
Nunca le preguntó su nombre, mucho menos su edad, a las señoritas no se le hacen preguntas de carácter personal, las conversaciones se limitaban a algunas frases hechas de cotidianidad plácida.
¿Cómo andamos?
Aquí, tirando.
Cómo acortaron los días.
Seica volvió el frío.
Daba lo mismo. Se encontraban allí a diario, menos los domingos, que a ella le venía la familia a comer a casa.
Siempre en el banco, a veces entre el alboroto de la gente del barrio. Otras con su propia manera de intimidad, comprobando como el árbol de la acera de enfrente sobrevivía a los meados de perro, a las heladas de enero, al deterioro inevitable de los años bisiestos. El malestar de la frutera porque le tocan demasiado los kiwis. El edificio amarillo con la galería de aluminio, que era de la Manuela, y que ahora se estaba transformando en un “erbenví” de esos.
Y decidió él una mañana peinarse bien por detrás, que era San Valentín, y aunque de romanticismo no sabía mucho, sí era consciente de la importancia que conlleva tener buena presencia en los días señalados.
Paró donde la Adelina, a coger unas flores, nada de rosas, que eso era muy clasista y andaba él presumiendo de su modernidad anacrónica, como una tienda vintage de gran ciudad.
Habló consigo mismo durante todo el camino, en silencio, que no quería que nadie pensase que, al fin, había perdido la chaveta. Convenciéndose de decirle todo lo que ella no se atreve. Llegar recién peinado. Manteniendo el equilibrio.
El banco estaba vacío.
Encendió el cigarrillo, por no alterar el orden natural de los acontecimientos. Las flores azules, como el agua, temblando entre los dedos amarillentos.
Y… nada.
Ella nunca volvió.
Fue demasiado el frío de noviembre.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
Sergio Otamendi
CRÓNICA INTERNACIONAL
Dos éxitos o dos fracasos
Chito Rivas
PINGAS DE ORBALLO
As esperas teñen idade?
Lo último
ESQUELAS DE OURENSE
Las esquelas de este domingo, 21 de diciembre, en Ourense
EN CONFIANZA
Carlota Cao, doble premio por su joyería artística