Carlos Risco
LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ
La puerta que fue bodega en la calle Hernán Cortés
TRIBUNA
Desde hace ya un tiempo anda Aloysius especialmente inquieto, convencido de que su familia ha dedicado toda su vida a intentar matarle. A pies juntillas cree que de puro milagro ha alcanzado la edad adulta. Su historia comienza así. Desde sus primeros meses, ellos se empeñaron en administrarle diferentes vacunas: contra la difteria, el tétanos, la tos ferina, la poliomielitis, la hepatitis B y el Haemophilus influenza tipo b, una bacteria que puede causar infecciones graves - incluso mortales - en menores de 5 años, como por ejemplo meningitis, neumonías y epiglotis. ¿Y si por su culpa hubiera sufrido lesiones graves e irreversibles - me pregunta?. De poco vale explicarle la morbilidad y mortalidad provocadas por estas enfermedades contagiosas, y alguna más como el sarampión, por ejemplo. La propia UNICEF nos advierte han aumentado en todo el mundo los brotes de esta patología porque más de 20 millones de niños no han sido vacunados en los últimos años. Dándome un quiebro, de repente pasa a la zozobra por su alienada alimentación. Desde su más tierna infancia le hicieron comer papillas con gluten, tomar leche con lactosa, lo han intentando envenenar con azúcar, le han dado cereales y pan blanco, además de zumos de frutas, ricos en antioxidantes, pero también con abundantes sustancias alergénicas, especialmente los cítricos, las fresas, los kiwis y hasta los plátanos que anuncia Pedri en la televisión. Está convencido de que la culpa del asma que padece la tienen todas estas sustancias, junto a las aminas vasoactivas presentes de manera natural en diversas frutas y hortalizas. Y qué decir de las grasas, auténtica silicona capaz de sellar sus arterias. Intento tranquilizarlo, recordándole las sabrosas meriendas de nuestras abuelas: el chocolate con churros, las rebanadas de pan con mantequilla y azúcar, los bocatas de chorizo, de fuagrás, de queso y de salchichón, pero lo dejo porque ha empezado a hiperventilar. ¿Y qué me dices de los filetes rebozados, incluso la merluza a la romana, y los huevos con patatas fritas? ¿De las torres de galletas María untadas con mantequilla y las piscinas de Cola Cao? ¿Y los postres con torrijas, las sopas de burro cansado, los flanes y las natillas caseras, los queiques, el arroz con leche y los helados de mantecado?. Confieso que por momentos me ha hecho dudar. Entonces recuerdo cuánto tiempo pasábamos corriendo por las calles y los descampados, persiguiéndonos por los parques y los patios del colegio, disputando reñidas pachanguitas con los colegas, todo el día sin parar, subiendo y bajando escaleras, de ida y vuelta al cole, a patita, porque el coche sólo era para los privilegiados. Y va y Aloysius me muestra una foto del Saturno devorando a sus hijos de Don Francisco de Goya y Lucientes. Fin de la cita.
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