Editorial
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Plaza de Abastos: paradigmático disparate de Jácome
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Seamos honestos; hace apenas una década, el sonido de una notificación o la vibración del móvil en el bolsillo nos hacía sentir conectados, casi importantes. Sin embargo, esa promesa de eficiencia digital que abrazamos con tanto entusiasmo se ha transformado, poco a poco y sin que nos diéramos cuenta, en un ruido de fondo ensordecedor. Hoy, en los pasillos de nuestras compañías se respira algo distinto. No es solo cansancio porque estamos en la recta final del año, es una saturación profunda. Nos enfrentamos al “tecnoestrés”, y la verdad es que gestionar este fenómeno ya no es una tarea secundaria delegable a recursos humanos, sino una responsabilidad que recae directamente sobre los hombros de cualquier consejero delegado.
La narrativa empresarial nos ha vendido una idea peligrosa: que más herramientas equivalen automáticamente a mayor productividad. Compramos licencias, integramos plataformas y multiplicamos los canales de comunicación creyendo que estamos construyendo autopistas para la información, pero la realidad es que, en muchos casos, nos está haciendo levantar murallas. El talento humano, ese que supuestamente veníamos a potenciar, se encuentra hoy atrapado en una especie de “multitarea crónica”, saltando de una pestaña a otra, intentando apagar fuegos digitales que, irónicamente, la propia tecnología encendió. Esta fragmentación de la atención es el enemigo silencioso de cualquier estrategia. Aquí es donde el liderazgo debe dar un paso al frente, pero no con manuales rígidos, sino con una empatía genuina.
Debemos convertirnos en los guardianes de la salud digital de la compañía. Esto implica tener el valor de cuestionar si esa nueva aplicación de gestión de proyectos está aportando claridad o si, por el contrario, está añadiendo una capa más de burocracia cognitiva. Porque cuando un empleado pasa más tiempo reportando el trabajo que haciéndolo, la tecnología ha dejado de ser un puente para convertirse en una carga. La fatiga digital no es una señal de debilidad del equipo; es el síntoma de una arquitectura organizacional que necesita, urgentemente, ser recalibrada. Para darle la vuelta a esta situación, la cultura corporativa tiene que evolucionar desde la omnipresencia hacia la intencionalidad. No se trata de volver al papel y lápiz, sino de usar lo digital con cabeza.
El talento humano, ese que supuestamente veníamos a potenciar, se encuentra hoy atrapado en una especie de “multitarea crónica”, saltando de una pestaña a otra, intentando apagar fuegos digitales que, irónicamente, la propia tecnología encendió.
El liderazgo tiene que establecer espacios de “foco digital”, protegiendo esos momentos de “trabajo profundo” como si fueran oro. Y ojo, esto va más allá de cumplir con la normativa de desconexión digital; va de entender la biología humana. Nuestro cerebro necesita silencio para conectar ideas complejas. En este mar de ruido, resulta refrescante ver cómo algunas organizaciones están marcando un rumbo distinto. Un ejemplo claro de esta mentalidad es lo que promueve quiero promover con mi equipo, algo que nos ha llevado a que las personas quieran quedarse en nuestra compañía más tiempo. La clave está en ver la tecnología como un trampolín para la creatividad y la eficiencia, no como un grillete. Empresas con esta filosofía enseñan que el verdadero poder digital reside en su capacidad para liberarnos de lo tedioso, no para esclavizarnos a la pantalla. Al final, se trata de disciplina: la disciplina de asegurar que la tecnología sirva a las personas, y no al revés. Implementar estas políticas de “salud digital” requiere tacto.
Auditar los flujos de comunicación, eliminar reuniones que podrían ser un email (o mejor aún, una breve nota de voz asíncrona) y respetar el silencio son actos de liderazgo valientes. La paradoja de nuestra era es fascinante: para ser verdaderamente productivos en un mundo digital, necesitamos aprender a gestionar nuestra humanidad con mucho más celo que nuestro software. No se trata de frenar la innovación, sino de encauzarla para que impulse al equipo en lugar de ahogarlo. Al priorizar el bienestar digital, no solo estamos cuidando la salud mental de nuestro equipo, que ya es mucho decir, sino que está blindando la capacidad de su empresa para innovar, resistir y crecer. Porque un equipo quemado por la tecnología cumple, pero un equipo sano y enfocado, crea.
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