Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
Hay un aspecto que por sí solo da la medida del talante moral del rey honorífico Juan Carlos I, y define el valor de las declaraciones que, como pretendidas memorias, ha dictado a su singular admiradora francesa Laurence Debray. Que Juan Carlos alabe a la mujer que abandonó hace medio siglo, como compañera ideal de su vida, define el cinismo del personaje, quien, en sus manifestaciones grabadas con la entonces manceba de turno, María García, o sea Bárbara Rey, confesaba que desde que naciera Felipe no había vuelto a tener convivio con la que ahora tanto elogia.
Resulta increíble el desparpajo en que Juan Carlos afirma que de su esposa: “Ella no tiene un igual en mi vida y seguirá siendo así, aunque nuestros caminos se hayan separado desde mi partida de España… Ella sigue siendo la madre de mis hijos, una Reina extraordinaria y un ancla emocional fundamental e irremplazable… Somos diferentes, pero compartimos el mismo sentido del deber”. Y tiene la caradura de decir que esa separación se produce cuando marcha a Abu Dabi, cuando llevaba años pasando las Navidades con Corinna o sus estancias con su amiga Marta Gayá, de quien confesó a su primo que era la mujer que lo había hecho más feliz. Y llega a decir como si nada que “lamenta amargamente” que Sofia no haya ido a verlo a Abu Dabi. ¿Hay que tener cara!
La cínica frivolidad en que alude a sus escándalos y queridas, receptaciones y cuentas como errores, pone en relieve la verdadera dimensión del personaje
En Francia le montaron hace años un documental que en España estuvo secuestrado largo tiempo, en el que por primera vez dijera: “No permito que delante de mí se hable mal de Franco. Él me puso”. O sea, que ni eso es original ahora. La cínica frivolidad en que alude a sus escándalos y queridas, receptaciones y cuentas como errores, pone en relieve la verdadera dimensión del personaje. La sucesión de episodios relativos a su comportamiento cotidiano, amparados por su condición de Jefe del Estado, y por lo tanto inviolable durante su reinado, y los lances posteriores con amantes diversas (tuteladas en un caso y perseguidas para que callaran en otro, por los servicios de inteligencia del Estado con fondos públicos), recepción de regalos millonarios, tradición en el cobro de comisiones e indicio de que eran del mismo, ingresos no declarados a Hacienda, regulaciones previo aviso del riesgo de incurrir en delito fiscal, cuentas opacas en paraísos fiscales son el balance que ahora se trata de disimular, con el agravante de que esa historia, que él llama “privada” trazan el panorama de su vida.
Esta concatenación de hechos determinó que el actual monarca renunciara a la herencia de su padre, y a todo beneficio económico cuyo origen, características o finalidad pudieran no estar en plena y estricta consonancia con la legalidad o con los criterios de transparencia, integridad y ejemplaridad, exigidas a cualquiera. Tiene gracia que este ciudadano que ya no paga impuestos en España diga que es el único jubilado que no cobra pensión, si los contribuyentes hasta hemos llegado a sufragar con fondos públicos los chantajes e indemnizaciones a sus amantes. ¿Es que puede reprochar ahora a Felipe que, para salvar la Corona recibida, tuviera que alejarse de su conducta, al tiempo que, al haber cesado de toda función institucional, le retirara el sueldo que percibía del Presupuesto de la Casa Real? ¿Pero qué puede pretender ahora Juan Carlos en lugar de salir discretamente por la puerta de atrás de la historia?
Y está el asunto de la propia celebración del cincuentenario de la asunción de la Jefatura del Estado el próximo 22 de noviembre, sin la presencia de Juan Carlos I, ante los efectos negativos de la publicación de sus pretendidas memorias en Francia y que se presentarán aquí el 3 de diciembre. La propia prensa francesa, que lleva la voz cantante en este asunto, ha sido la primera en advertir que la Casa Real teme lo efectos de estas memorias y trató de evitar su publicación. Preocupa de su contenido algunas afirmaciones y pronunciamientos de Juan Carlos sobre asuntos políticos de actualidad, el Gobierno y miembros de su familia. ¿Recuerdan el modo lastimoso con que pidió perdón tras el episodio de Botswana, cosa que ahora repite en el mismo tono, pero con añadidos teatrales? Por lo visto, sus relaciones privadas con Corinna Larsen que “nunca debería haber tenido consecuencias públicas tan desproporcionadas”, dice con toda la cara. ¡Pero si hasta le transfirió los 65 millones de euros que le regaló -otro error aceptarlo, dijo- el rey Abdulá de Arabia Saudi! O sea, que ahora es víctima de sus propios actos.
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